jueves, 14 de junio de 2012

No matar

    El evangelio de hoy incluye la fórmula con que Jesús establece cuál es el verdadero espíritu de cada uno de los mandamientos: Habéis oído que se dijo a los antiguos, ... mas yo os digo. Se trata en este caso del mandamiento de no matar.
    No observa el espíritu del mandamiento quien se limita a cumplirlo a la letra, no matando, sino quien rechaza toda forma de violencia, como agredir, incordiar, insultar, o inferir cualquier otro daño. Frente a la violencia, los mandamientos nos instan al amor. Donde hay amor, no hay violencia.
    Jesús considera la ley, en general, como la senda que nos permite volver al espíritu del amor con que hay que honrar a Dios, porque el amor es su ley. Jesús dice que ni siquiera podemos presentar dignamente ofrenda alguna a Dios, con las manos manchadas con una ofensa a otro. Por eso, la Iglesia se hace eco de esta divina recomendación, anteponiendo un acto penitencial al comienzo de la celebración eucarística.

Reflexión: La hoja del trébol

    Hojeando el diccionario etimológico he dado con una palabra cuya forma fonética nos viene del lenguaje heráldico, donde esa hoja de tres lóbulos que ya designaron los griegos según tal característica, llegaría a ser un símbolo nobiliario, el trébol. Hay una flor, inexistente en la naturaleza, creación  simbólica de estirpes y blasones, que guarda un cierto parecido con la hoja trilobada del trébol, la flor de lis, que bien podría ser una estilización de aquella.
    En la crédula cultura popular se habla del inverosímil trébol de cuatro hojas, como signo de buena suerte, que las doncellas buscarían entusiastas en la noche mágica de San Juan, lo que hace pensar en el mirlo blanco, siempre de luto, cuyo hallazgo produce también estimables logros felices.
    A la credulidad del pueblo le agrada aderezar con la sombra de la magia las mostrencas trivialidades de la vida. Es su mística pagana, a veces convertida en juego de mentidas esperanzas.

Rincón poético

     AMANECIENDO

Tú eres la luz. Me naces cada día
al despertar. Me llenas la ventana
con la divina transparencia
de tu verdad, como se llena un niño
de besos en los brazos de una madre.
Qué amable es la manera
con que saludas, al amanecer,
a quien lava en la fuente
de tu evangelio el alma, cada día.
Descubrirte, Señor, es tener llenos
de luz los ojos y de amor las manos.
Y yo tengo la suerte
de descubrirte tantas veces
como me cruzo en tu camino,
camino del trabajo,
porque mi profesión es ir de cara
a quien me necesita.
Tú me enseñaste a amar de esta manera.
Tú me enseñaste a amar. Tienes la culpa
de que te viva en los demás,
de que te vea en todo lo que hago.
Perdóname, Señor, mi atrevimiento.

(De Andando el camino)

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