viernes, 8 de junio de 2012

La verdadera mesianidad de Jesús

    La cuestión es si el Mesías descenderá o no de David. A Jesús se le considera hijo de David en distintos momentos de su vida evangélica. Pero no es esa descendencia histórica lo que Jesús discute, sino la falsa apreciación de los fariseos, generalizada entre la gente, de que el mesías sería un descendiente con carácter real, un rey poderoso. Jesús lo niega; y de hecho, cuando se pretende erigirle rey, Jesús se escabulle y lo evita por todos los medios.
    No es la descendencia davídica lo que Jesús valora más, sino su condición de Hijo de Dios, por más que no reniegue de su condición davídica, por lo que corrige la equivocación de quienes aducen esa descendencia como condición necesaria de toda mesianidad.
     Jesús concilia en su persona ser hijo de David  e Hijo de Dios, y su misión en el mundo es de índole liberadora, lejos de los poderes del mundo que imponen su fuerza, no el amor. Por eso, no encontraremos a Jesús tal como es, sino en la experiencia que nos facilita la fe y el seguimiento de su evangelio, desde la sabiduría de su palabra.

Reflexión: El arte de la adivinación   

    Los pueblos antiguos, como los romanos, eran muy dados a indagar qué les deparaba el futuro, mediante consultas de los sacerdotes arúspices, expertos en adivinar lo que a alguien en concreto o a todo un ejército antes de romper hostilidades con un adversario, le impiortaba saber, y que los dioses se reservaban para sí. El análisis de las vísceras de un animal recién sacrificado, la observación de ciertas aves tenidas por agoreras, o el uso de determinados sortilegios, les daban a conocer presuntos presagios de los que esperaban buena suerte. Sólo entre gente supersticiosa se mantienen aún hoy prácticas y creencias augurales. El lenguaje, depósito de la historia del pensamiento, registra todo un cúmulo de palabras relacionadas con aquella cultura ancestral, como, además de las ya consignadas, la misma palabra suerte que designaba a los dados, presagio, premonición, adivinar, fatal o fatalidad, augur, el adjetivo ominoso, que se refería a los augurios y acabó significando lo reprobable...
    Hoy por hoy, sólo admitimos como remedo adivinatorio las predicciones meteorológicas, tan útiles para tantas cosas.


Rincón poético

      QUIÉN PUDIERA

Quién tuviera amor tan grande,
quién, Señor, tan encendido,
como el que en su corazón
despabilaba Francisco.

Tú mismo sellaste un día
con tus heridas su carne,
como un contrato de amor.
Quién tuviera amor tan grande.

Ya ni sé cuál de los dos
es el santo y cuál es Cristo,
tan parejos, que sospecho
si uno y otro son lo mismo.

El amor tiene estas cosas
de alcanzar, amando a mares,
ser dos una misma cosa.
¡Quién tuviera amor tan grande!

(De Andando el camino)

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