miércoles, 13 de junio de 2012

He venido a dar plenitud

    Jesús no ha venido a abolir la antigua ley, sino a ponerla al día, a darle plenitud.
    La palabra plenitud señala el momento justo en que las profecías mesiánicas empezaban a cumplirse. Nosotros para hablar de algo que en su desarrollo ha alcanzado su plenitud, decimos que es perfecto. En la Escritura nunca se dice de Dios que sea perfecto, porque perfecto es lo que ha ido haciéndose hasta culminar su potencialidad, y Dios no es el fruto de un desarrollo desde algo imperfecto, porque es siempre igual y siempre acabado en todo.  Las cosas sí, las cosas se desarrollan y pueden alcanzar la perfección.
    De Dios se dice que es santo, que es la suma plenitud. Sed santos como Dios es santo, dice la Escritura. Y Jesús, según san Lucas, dice: Sed misericordiosos, como vuestro padre celestial es misericordioso. La misericordia, la compasión, son maneras de reflejar la santidad de Dios.
    Busquemos siempre la perfección, porque somos perfectibles, busquemos santificarnos, porque somos pecadores, y pidamos a Jesús que nos ayude a dar con el camino de la plenitud en todo, de la plenitud en el cumplimiento de sus mandamientos para ser santos como él.

Reflexión: Exámenes

    El final de curso lo marca el trauma de los exámenes. Son la vara estrecha de medir aprovechamiento y saberes atropellados. Para bastantes, un sinsabor indeseable amasado con horas nocturnas de vela; para otros, la compensación gratificante de sus esfuerzos acompasados a lo largo del curso en compensación de la constancia y esfuerzo por aprender. Hay caras radiantes de gozo y caras circunspectas y cariacontecidas, que en su torcida y alocada apreciación culpan de su escaso rendimiento al profesor, al colegio, y al Real Madrid.
    Menos mal que la sombra de las vacaciones es alargada y las malas notas no llegan a ser motivo suficiente de insomnio y desquiciamiento.

Rincón poético

   TODAVÍA

Cuando ya nada esté, cuando se acabe
todo lo que ahora tengo en torno mío,
porque habré, al fin, sobrepasado
la línea extrema que define el tiempo,
cuando haya puesto en dimensión más alta
lo poco que me quede en el cedazo
oscuro de la muerte,
qué encuentro con mí mismo,
con mi verdad ante la luz levísima
de la presencia azul de Dios.
Ilumíname, oh Dios, ahora que puedo
mirar mis manos todavía, este temblor
de tu rocío matinal
sobre el escombro de mis rosas.
Lléname plenamente
de ti, que nada pueda
ocupar tu lugar, que nada quede
para después, porque quiero quererte
con tanto amor como tú me has querido.

(De Andado el camino)

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