domingo, 16 de septiembre de 2012

Cesarea de Felipe

    Jesús va de camino, tierra adentro, desde Betsaida hacia Cesarea. Cabe dividir el texto evangélico en una primera parte, donde Jesús da a conocer su identidad como enviado de Dios, y una segunda definitiva donde aparece como el mesías prometido a los profetas, que ha de establecer una nueva alianza entre hombre y Dios por medio de su Hijo, Jesús.
    En este contexto, la pregunta de Jesús sobre la opinión que la gente tiene de él, nos hace ver cómo el judaísmo, encerrado en sí mismo, no admite profeta posible que quede fuera del cerco de la antigua alianza, por lo que asimilan a Jesús a alguno de sus profetas más representativos, cuando muy al contrario, él mismo enseña que el vino nuevo de su obra salvadora es incompatible con la antigua alianza, ya que exige odres de nuevo contenido, los odres de la nueva Alianza, dando fin a la obra de Moisés.
    Jesús ha de morir, por más que le repugne a Pedro, y con su sangre justificará al hombre, resucitando para resucitarnos a nosotros también.
    Demos fe a la nueva enseñanza de Jesús, subiendo con él hasta Jerusalén, para que nuestro seguimiento participe también de sus quebrantos salvadores, cuyo propósito divino es nuestra eterna felicidad.

Reflexión: Benedicto XVI en Líbano

    En su arriesgada visita al Líbano, el papa Benedicto XVI ha declarado, muy oportunamente, aludiendo al revuelto mundo islámico de nuestros días, que el extremismo es una falsificación de la religión. Acertadas palabras. Todas la religiones coinciden en que Dios ama al hombre y que hay que amarle a él. El hombre no puede matar a sus criaturas en nombre de Dios. Además de inhumano, es una aberración inexplicable. Bien por la valentía del papa, de quien no se podía esperar otra cosa.


        DESMEMORIADO

Una mano invisible corrió un velo, de pronto,
en su memoria y la invadió el olvido.
Se miró en el espejo y no supo quién era:
se olvidó de sí mismo, pintó de negra vaciedad
el curso racional de sus palabras
entre la paja del granero.
Se le borró su propio nombre,
el rostro conocido de las cosas
y ese rescoldo apaciguado del cariño
que llevan en las manos las personas.
Era como la llama de una vela
que una brisa invisible va apagando.
Se dejaba llevar como una silla,
como esa lata en una acera
que todos, al pasar, van pateando.
Era de todos. Ni siquiera
sonreía. Miraba solamente,
miraba distraído
un mundo ilimitado, como mira,
en torno suyo, un búho disecado.

(De Los labios del viento)

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