miércoles, 26 de septiembre de 2012

El reino de Dios

    Jesús envía a sus discípulos a predicar el reino y les enseña a no entorpecer la tarea, cargados con impedimentos que les impidan la labor. El reino que predican es el evangelio de Jesús; la apuesta por su palabra salvadora.
    Hoy como ayer, Jesús necesita de quienes den a conocer a otros el proyecto del Padre, los misterios y valores que el Hijo de Dios encarna en su evangelio. Hacer  nuestra su palabra viviendo sus palabras, es la mejor manera de habitar ese reino de amor, cuyas puertas él había sido enviado a abrirnos de par en par.
    Salvémonos así en buena hora, pero salvémonos salvando como él a los demás.

Reflexión: Amenaza lluvia

    Eso es lo que dijeron los meteorólogos, que amenazaba lluvia, y no entiendo por qué la lluvia tan necesitada y esperada por todos, resulte ser una amenaza. Son los lugares comunes del lenguaje que nos ponen sus zancadillas lingüísticas donde tropezar. Sí amenaza la tormenta, sobre todo cuando viene excesivamente pesada y acompañada de granizo, ese azote bíblico con que Dios educaba a los hombres. Sólo que los accidentes atmosféricos no se atienen a normas horarias fijas, como un colegio, en olor de azar, y lloverá, nevará y tronará cuando el tiempo dé en ello a su antojo, independientemente de lo que establezca nadie.

Rincón poético

UN BÚHO EN UN CONVENTO EN RUINAS

Aquí en esta maleza enmarañada,
fue un monasterio con su aroma
a canto gregoriano, la armonía
que envuelve la oración, esa manera
de hablar con Dios, de recitar, tranquilo
y sosegado el pecho, con los ojos brillantes
a la luz de unas velas,
fidelidad y amor.
La sombra incombustible
de unos monjes aún recapacita
con qué entregada consideración,
estar con Dios es prenda
de una felicidad interminable.
Sólo un búho, emboscado entre las ruinas,
habita este paraje misterioso
donde la espada decretó el silencio.
Sólo un búho, en las piedras
raídas por el tiempo, coronando
la palidez de un muro
con la avidez desmesurada
de sus ojo, atisba
la subitánea aparición inquieta
de un roedor o de una sabandija.
Conoce bien y cuadra
con la severidad maltrecha
del monacal misterio.
¿Quién hallará una fragua justiciera
donde la innoble espada, 
fundida al rojo, pierda
con su arbitrariedad,
su avilantez salvaje?

(De Paseando mis sueños)

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