lunes, 17 de septiembre de 2012

Yo no soy digno

    El evangelista busca destacar la fe manifestada por un gentil, como motivo de ejemplaridad para quienes tienen mayor responsabilidad de responder con creces a los favores señalados con que Dios distingue a los suyos.
    La misma Iglesia ha puesto estas palabras en los labios de quienes se disponen a  recibir a Cristo, hecho pan y vino, en el más íntimo y jugoso de sus misterios. Es una sabia medida de espiritual estrategia, para que los cercanos aprendamos de los lejanos a mirar a Cristo con los ojos abiertos de par en par y el corazón temblando por la inmensidad de su amor.
    Acerquémonos a Cristo con la lámpara de nuestra fe siempre encendida, siempre a punto.

Reflexión: Las llagas de san Fracisco

     Francisco profesó una honda devoción a Cristo crucificado con quien se identificó en todo. La impresión de las llagas de Francisco, eterno tema del arte, habría que considerarlas desde ese punto de vista. No es la escenografía exterior de tan alto privilegio lo que honra a Francisco, sino el amor desbordado a los clavos gloriosos y la misma cruz de Cristo, de modo que, como gusta de atribuirle la liturgia, no era él ya quien vivía, sino Cristo crucificado en la intimidad de su corazón. Es todo como si se nos dijera que no hay quien se haya ajustado su vida a la cruz de Cristo crucificado tan prietamente como el santo de Asís. Así entendió él el precepto de Cristo de  desprenderse uno de sí, tomar la propia cruz y seguirle con tanta determinación.


Rincón poético

UN BÚHO EN UN CONVENTO EN RUINAS

Aquí en esta maleza enmarañada,
fue un monasterio con su aroma
a canto gregoriano, la armonía
que envuelve la oración, esa manera
de hablar con Dios, de recitar, tranquilo
y sosegado el pecho, con los ojos brillantes
a la luz de unas velas,
fidelidad y amor.
La sombra incombustible
de unos monjes aún recapacitan
con qué entregada consideración,
estar con Dios es prenda
de una felicidad interminable.
Sólo un búho, emboscado entre las ruinas,
habita este paraje misterioso
donde la espada decretó el silencio.
Sólo un búho, en las piedras
raídas por el tiempo, coronando
la palidez de un muro
con la avidez desmesurada
de sus ojos, atisba
la subitánea aparición inquieta
de un roedor o de una sabandija.
Conoce bien y cuadra
con la severidad maltrecha
del monacal misterio.
¿Quién hallará una fragua justiciera
donde la innoble espada, 
fundida al rojo, pierda
con su arbitrariedad,
su avilantez cobarde?

(De Los Labios del viento

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