martes, 25 de septiembre de 2012

Hacer la voluntad de Dios

    Oír y poner en práctica la palabra de Jesús es la mejor manera de pertenecer a los que le siguen. La palabra de Jesús nos incorpora a su grey, miembros de su familia.
    No siempre es fácil atenerse fielmente a las palabras de Jesús, pero su cercanía y la buena voluntad de seguirle nos facilitará la tarea, porque él no será remiso al tiempo de poner en nuestras manos cuanto necesitemos para cumplir según sus deseos, lo que nosotros solos no podemos hacer.

Reflexión: Pulso entre Jesús y el diablo

    Los judíos estaban persuadidos de que, al llegar el Mesías al mundo, procedería en principio a echarle un pulso al diablo, mereciendo así, con su triunfo sobre la maldad, el uso de todos sus poderes, su reinado sobre todas las cosas. Es eso precisamente, poniendo al diablo a raya, lo que trata de sugerirnos Mateo con el pasaje simbólico de las tentaciones de Jesús en el desierto.

Rincón poético

LA SUSURRANTE VOZ DE DIOS

¿Cómo es que sin palabras, apenas susurrando,
prácticamente sin decir, me dices tantas cosas,
me las sugieres en secreto, en silencio me inspiras,
con aire de provocación, con insistencia,
con redoblada terquedad, con empinado empeño?
¿Cómo es que tienes tanta prisa
en recabar ahora mi atención,
en mantenerme absorto, tirando desde mí,
para que permanezca de puntillas
en exclusividad, pendiente únicamente,
ciegamente, de ti, ya ensimismado,
ajeno a todo, oh Dios, introvertido,
ciervo huidizo, acosado, prófugo por el miedo.
Tu voz no se percibe sino dentro de sí,
por los ocultos recovecos de uno mismo,
allí donde no suenan los pasos de los hombres,
donde no se perciben los ruidos de la calle
ni la algarada turbia de la verbalidad,
ni llega el obsesivo eco de la montaña,
ése martillo obseso de los valles.
Si no quieres hablar, si tus palabras
han perdido el sonido como pierden
los robles su corteza,
si ha adelgazado tanto el sentido tu voz,
no rompas nunca, 
el hilo que me dice tan callado,
tan silenciosamente, lo que intentas
que sea yo quien adivine,
quien escarbe quemándome los dedos,
tu rescoldo escondido en mi ceniza.

(De Paseando mis suelos)

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