sábado, 8 de septiembre de 2012

La natividad de María

    La alegría es la nota dominante de los textos litúrgicos de esta fiesta de la Natividad de María. La motivación es doble; de un lado, si es cosa común que nos alegremos por el nacimiento de un nuevo vástago en la propia familia, ¿cómo no alegrarnos por el nacimiento de la Madre de Dios? Por otro, el nacimiento de María apunta al de quien nos va a salvar, al borde ya de la plenitud de los tiempos. Por esto se dice que María es la estrella de la mañana, que anuncia el día. Y éste es el sentido de la fiesta de hoy, como preámbulo de esa otra alegría que entraña ver a Dios, como uno más, en medio de nosotros.
    San Alfonso María de Ligorio decía que “La gracia de María en el momento de su concepción, sobrepasó las gracias de todos los ángeles y hombres juntos” (San Alfonso Mª de Ligorio). No hubo gracia mayor que nacer para ser Madre de Dios. Es oportuno unir a la alegría de contemplar la trascendencia del nacimiento de María, la de saber que Dios ha querido que naciéramos también nosotros a la divina gracia, llamados a un destino eterno de felicidad y amor, en el complejísimo concierto de toda la creación.
    Esta fiesta nos lleva a considerar con hondo respeto el nacimiento de todo ser humano, que lleva en su ser el sello de la misma realidad divina.

Conexión: El tiempo en la Escritura

    La Escritura, tan dada a la expresividad de la hipérbole, tiene aciertos como decir del carácter tan pasajero del tiempo que, en la presencia de Dios, mil años son un ayer que ya pasó. Es la manera más certera de decir que la cuenta de la transitoriedad de las cosas es insignificante. Ante la eternidad innumerable, el tiempo, como un reloj descompuesto, ni corre. Observa el autor del salmo 90 que en aquellos remotos tiempos, la longevidad del hombre se cifraba en setenta  años, a lo sumo se alcanzarían ochenta los más fuertes. Y no es sólo que todas las cosas pasen; es que su duración carece de cifra consistente, porque el tiempo en las cosas que él enhebra, no sólo es efímero, es también quebradizo. Es evidente que en el hombre, la edad, como los zapatos, se desgasta.

Rincón poético

 SED DE DIOS

Sufrir hambre de ti,
sucede al no poder
percibirte en tu ausencia.
Como la nube el cielo,
como el trigal la lluvia,
el corazón indaga
dar con tu cercanía.
Sin ti, los ojos sienten,
vacía la mirada,
confuso el horizonte,
nebuloso el camino,
Déjate ver, Dios mío,
para que profesemos
la grandeza que envuelve
tu presencia divina.
Contigo no se apaga
la luz esplendorosa
que nos despliega en torno
tu belleza infinita.
Déjame, oh Dios, al menos,
entrever el misterio
eterno de tu Vida.

(De Los labios del viento)

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