A fin de que la gente participe de la singularidad de esa intervención divina, de modo que antes de proceder a devolverle el habla al sordo, antes entorpecida, pide silencio, invitando así a presenciar y meditar en la grandeza y amor de Dios a los hombres. El reconocimiento de la labor que viene realizando Jesús entre el pueblo, queda patente en esa confesión unánime de la gente: Todo lo ha hecho bien. Es la constatación de quienes ven sin prejuicios la obra salvadora de Jesús.
La primitiva Iglesia a su vez, vio en este texto un prodigio altamente significativo: la palabra de Dios curaba a quien no podía hablar, lo que inspiró en la liturgia del bautismo el gesto y la misma palabra que empleó Jesús: efetá, ábrete, invitando al catecúmeno a que se abriera a la gracia de Dios y quedase libre de sus pecados. Que él nos abra la estima, atención e interés por la escucha de la palabra.
Reflexión: Se llama Clara
Se llama Clara. Un nombre grato al oído desde todos los ángulos en que se lo considere. Es el nombre bendito de Clara de Asís, la noble mujer que fundó la benemérita orden de las clarisas, compañera de santidad de Francisco de Asís, con quien rivalizó en austeridad y pobreza. Designa igualmente todo lo que comporte claridad. La claridad del día, la de la mente, son bellos conceptos de que pende de la luz con que percibimos el mundo y la lucidez con que lo interpretamos. No entra tan de lleno acepción tan clarificadora en palabras compuestas, como designamos esos espacios intermedios donde la claridad entra en contraste con la sombra, como en el claroscuro pictórico, bien que calificamos como clarividente al iluminado que adivina lo que otros no ven. Frente a la claridad, está la sombra, con tintas también intermedias como la penumbra. Hay derivados menos sutiles y luminosos que preferimos dejar en dos luces. No es ardua tarea entonces reconocer que, considerándolo así, las cosas están claras.
Rincón poético
CASAS SOLARIEGAS
Por estas calles nobles de casas con escudos,
señores a caballo mostraban su linaje.
Hablaban con mesura, la voz acrisolado,
la arrogancia ponía en la escena su cuño.
La señora lucía rozagantes vestidos
rodeada de niños y límpidas criadas.
Cuidaron mariposas de gusanos de seda
y en la huerta pusieron aromas de azahar.
Se rebeló la historia e igualó diferencias
entre señor y esclavo. Se acabó la hidalguía
y a todos allanaba la misma condición
de ser hombres corrientes, cuando no beneméritos
miembros de las barriadas de la vulgaridad.
No lo digáis a nadie. Prefieren no saberlo.
Siempre ha sido oneroso referir la verdad.
(De Los labios del viento)
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