viernes, 14 de septiembre de 2012

La exaltación de la Cruz

    La fiesta de la exaltación de la cruz tiene su origen en la primitiva historia de la Iglesia, ya que se empezó a festejar en el aniversario de su hallazgo por santa Elena, en Jerusalén. Su celebración se extendió rápidamente por toda la cristiandad. Se veneró en Roma, en San Juan de Letrán, hoy basílica y convento franciscano.
        A comienzos del siglo VII, los persas saquearon Jerusalén, destruyendo basílicas memorables, como la Eleona de la Asunción, y se apoderaron de las reliquias de la santa Cruz allí existentes, recuperadas luego por el emperador Heraclio. El mismo emperador la llevó a cuestas para reponerla en el Calvario.
        La cruz, signo de los sufrimientos redentores de Cristo, es también, por eso mismo, signo de identificación del cristiano. Se la llama árbol de la vida, en sustitución espiritual de aquel otro por el que la muerte entró en la vida del hombre.
    Sólo quienes cargan con su cruz particular, enfermedad, pobreza, soledad, desprecio, adversidades, dolor, pueden ser discípulos de Jesús.

Reflexión: Oír buena música

        Un compañero experto en ese galimatías que es la electrónica, me acaba de instalar un programa para oír música clásica a placer, que es la que mejor recrea mi sensibilidad de antiguo organista mediocre que colgó en buena hora su ocasional quehacer, en la sufrida percha del silencio, para bien de quienes tuvieron la condescendencia de escuchar mis cansinas melopeas, sin rechistar.
        Oír buena música con cierta asiduidad, entra a formar parte de un sensible aprendizaje de buena educación espiritual. Un perro pachón  y en general un bruto no accede a oír música clásica; aficionadle a amar esa delicadeza que nos humaniza, y lo desasnaréis como por ensalmo. 
         Acceded a tan provechoso lugar en Radio Symphony WM. HD. live.



Rincón poético


    POR LAS ESTEPAS DE TERUEL

Aquí fue la batalla
y allí fue el cementerio.
Aquí los abatían
y allí fueron muriendo,
mientras les asestaba
ramalazos el cierzo,
puñaladas el frío,
incertidumbre el miedo.
A algunos les ataron
con esposas de hierro
las manos a la espalda,
pues “no eran de los nuestros”.
Sobre la nieve blanca
con nieve los cubrieron.
Amapolas tintaron
de ardiente sangre el cielo.
No hay una cruz siquiera
que dé sombra a los muertos
ni una cifra precisa
que señale el momento.
A la historia el olvido
le roba el magisterio.
La sangre de la guerra
embrutece de lleno
al soldado cobarde
y al mismo acemilero.

(De Los labios del viento)

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