viernes, 28 de septiembre de 2012

¿Quién dice la gente que soy yo?

    ¿Quién dice la gente que soy yo? La gente reconoce que lo que dice y hace Jesús sólo un portentoso elegido de Dios puede llegar a hacerlo, luego es un profeta. Pero si es un profeta, sólo tiene sentido su existencia formando parte de la antigua alianza, luego en él se ha encarnado alguno de los profetas más representativos del judaísmo. El mismo Herodes se hará eco de esta opinión generalizada.
    Los apóstoles saben que no cabe usar odres viejos para contener el vino joven de la realidad divina de la salvación que Jesús nos procura. Él es el mesías, el Hijo de Dios encarnado en la naturaleza humana.

Reflexión: Burbujas de jabón

    Alguien ha dicho que el precio de las viviendas ha tocado suelo. Es lógico que toquen suelo las viviendas, por muy leves y ligeras que sean. El suelo es el lugar natural donde ha de fundamentarse el edificio para que no se lo lleve el diablo. Pero lo que ha volado es el respaldo económico de quienes soñaban con su adquisición. Hubo abusos que propició la avaricia, y la reprimenda social no se ha hecho esperar, aunque sirva de poco. A los niños les gusta jugar haciendo leves burbujas de jabón que flotan leves en el aire. Lo malo es que las hagan los mayores al socaire del ladrillo.

Rincón poético

SOBRE “DISCURSO DE LA VIDA”
           A Carlos Bousoño

El poeta, sentado, arrellenado
en sí mismo,
parsimonioso, cejijunto,
escribió su poema letra a letra,
tejiéndolo de hilacha
en hilacha, sin prisa, ensimismado,
para elegir con tacto cuidadoso,
con entrega de hormiga
hacendosa, insistente,
cada pizca verbal,
procurando acortar toda deriva
de precipitación, como el anciano
achacoso, caduco, acogotado,
de lento andar,
que pasea a tentones por la sombra
verdosa de algún parque
su soledad y su tristeza.
Afirma compulsivo, respetuoso acaso,
su consideración, a la manera
del pájaro que pica la corteza
del tronco, persistente,
con insaciable afán,
como oleaje en el cantil,
como picapedrero impenitente,
y en su insistencia imita
los dedos desasosegados
con que la lluvia veraniega
repiquetea sobre un charco.
Son golpes obsesivos en la puerta
tapiada de un secreto,
un intento azogado
de abrir la caja fuerte.
No de otro modo, escarban
una vez y otra vez, con osadía,
en la supuesta herida
sus dedos, porque palpa
en el fondo un misterio doloroso
que no ha de restañar,
mientras envuelve en un ovillo
incansable, con calma, tercamente,
dueño del tiempo, el mismo tiempo.
El poema, un estuche
meticuloso. Junto a él queda sedada
y adormecida la mortaja
dudosa de un presentimiento.

(De Paseando mis sueños)

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