jueves, 20 de diciembre de 2012

Anunciación del ángel

Dios te salve, María, llena eres de gracia. Es así como saluda y bendice el ángel a María. 

Bendecir es la manera más espontánea de dirigirse a Dios por sus favores recibidos. La atenta consideración de un favor, la contemplación de un hecho que hable de la bondad o grandeza de Dios, es el acicate que provoca al punto en el ánimo unas palabras de agradecida bendición. Aquí en concreto se bendice a María, porque la ha elegido Dios como Madre de su Hijo.
A María la bendicen todos. La bendice su prima por haber creído; la bendice aquella mujer del pueblo que grita de entre la gente a Jesús: Bendito el vientre que te alumbró;.ella misma adivina que todas las generaciones bendecirán su nombre: Todos me llamarán bendita.
Esa es la razón de que en las oraciones de la misa se diga a Jesús que reciba, en la fiesta de la Asunción de María, este sacrificio de reconciliación y de alabanza. Bendigamos a Dios que nos dio a María y bendigamos a María que nos dio a Dios hecho uno de nosotros. Y esto no sólo hoy, pero sobre todo hoy, que la bendicen todos los santos y espíritus celestes.


Reflexión:

Nat King Cole

Acabo de escuchar una canción otoñal, Hojas muertas, del pianista y cantante Nat King Cole, muy triste, morosa, llorona y dulce, como los ocres entreverados de rojo intenso y suaves verdes anaranjados con que el año se despide de la vida vegetal y sus opimas cosechas, también amarillas como el trigo o los racimos de moscatel. Nosotros depositamos flores en los brazos de la losa que cubre a nuestros difuntos. El otoño se acicala a sí mismo de muy colorida manera, encendido como un atardecer. Me gusta la dulzona y decadente mediocridad del otoño, bien que nos abre la puerta polar a los rigores y frías desnudeces del invierno, tan desagradable, tan hostil, tan áspero siempre. Condicionados por nuestro entorno habitual, nos dejamos contagiar por las tristezas circunstanciales de este mundo. Pensemos cosas más gratas, que también las hay.


Rincón poético

A LOS PIES DEL CRUCIFICADO

La sombra de tu cruz, desfigurada
por la tierra rocosa en que se alarga,
es la nuestra, señuelo de la tuya.
Tu cruz es salvadora, pecadora
la nuestra, prosternada
a tus pies. Que tu sangre
consagre nuestra frente y vivifique
como una lluvia fresca y despaciosa
nuestros deseos de estar siempre
uncidos a tus pies, bajo la llaga
que te rompe el costado.
No es oscura tu sombra. Tiene abierto
el claro ventanal de la justicia
hacia el precio infinito
de tu sangre bendita.
Estés donde tú estés
haz de nosotros sombra tuya.

(De Tu luz nos haga ver la luz)

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