lunes, 17 de diciembre de 2012

Genealogías de Jesús en Mateo


  Es posible que estas lecturas para el hombre de hoy resulten poco interesantes y cansinas. Importa fijarse en el significado de los números tres y catorce. Son tres genealogías, cada una de ellas de 14 generaciones. El número tres, número significativo de la plenitud de las cosas de Dios, sugiere el origen divino de Jesús, y el número catorce, resultante de sumar los valores numéricos de las letras del nombre de David en el lenguaje bíblico, sugiere que Jesús desciende de esa estirpe regia.
El comienzo de la primera genealogía recuerda la del Génesis, para parangonar a Jesús con Adán, que si aquel abre la senda de la vida y de la muerte, Jesús como mesías pone en pie las promesas de Abrahán. Las tres genealogías ofrecen una línea bíblica ascendente que anuncia y concluye en Jesús, como cima de la salvación.
Todo nos ayuda a saber de Jesús, para aproximarnos más a quien viene a unir su condición divina a la nuestra terrena, gracias al amor del Padre.


Reflexión:
  
Las innumerables primaveras de Dios

    Dios que, desde la eternidad extática y sin cambios, echó a rodar pendiente abajo el ovillo del tiempo, tiene su reloj, no de horas y manillas minuteras, sino de avisos y advertencias. Es comprensible que esos avisos se sucedan, no tanto en la juventud como en la ancianidad del hombre. El joven cumple años sin dejarse afectar por tales acontecimientos. No les da importancia. Cuando se entra en edad, la medimos por años; su impronta en el ánimo del anciano se hace notar y lo comentan entre sí con cierto dejo de tristeza aderezada de recuerdos. Hay unos límites extremos e incluso amenazantes de tiempo a los que los años acercan cada vez de más sensible manera.
    Quien vive, empero, por Dios y para Dios, deja pasar el tiempo  sin acidez. El tiempo que nos administra Dios no se mide en cifras, sino en dones. Los años son siempre primaveras y pascuas floridas donde nos florece Dios y su alegría resulta siempre inmarcesible.

 Rincón poético


AL FINAL, CIELOS NUEVOS

Un día, ¡sabe Dios!, sobrevendrá,
como un descomunal desplome
sobre el cerco de todos los relojes,
la ruptura del tiempo.
¿Quién puede imaginar, quién adivina
cómo será ese espanto, esa fractura,
esa abismal manera
de que encojan los cielos en sí mismo,
y ese hundirse la tierra en la fisura
abismal de la nada, hecha pedazos?
La nada floreció como un almendro
cuando la mano creadora
acariciaba sombras sobre el sueño
del hombre y de las cosas.
Evaluaba Dios con qué bondad
brilló la luz y despertó la vida.
Dios desplegó los cielos, y la tierra
sació su sed en la primera fuente.
Un día, sabe Dios, la oscuridad
entornará los párpados inquietos
de la luz en los ojos.
Los puñales del frío se hundirán
en las últimas venas de la vida
y se morirá la curva de la tierra
como valle al revés, por un espacio
al que reduce a nada el apretón
de una mano infinita y poderosa.
Y al otro lado Dios creará de nuevo
otro cielo mejor, todo él estrella,
y una tierra sin mancha, inmarcesible,
como el pecho sin mancha de una virgen.
Un día,¡sabe Dios, roto el sonido
y hecho pedazos el reloj de arena.
 

(De Tu luz os haga ver la luz)

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