lunes, 3 de diciembre de 2012

La fe del centurión





      Un centurión romano destacado en Cafarnaún, le sale al encuentro a Jesús para solicitar una ayuda que no espera hallar en sitio alguno. Es un gentil a quien Dios le ha tocado el corazón, porque está a la espera de un favor divino, y va hacia Jesús.

    Hay en torno nuestro un mundo tan pagano como aquel representado por el centurión romano, pero que está a la espera de muchas cosas necesarias, como la felicidad, la justicia, como la tolerancia, la compresión de unos y otros, el necesario bienestar perdido, pero no saben dónde hallar el mostrador donde se les sirva esa receta. 
      Jesús, admirado por la fe del centurión, anticipa que serán muchos los que acudirán a la fuente de su evangelio a beber de las aguas de la reconciliación con Dios. Roguemos por los que, en tiempos tan difíciles, han renunciado a toda esperanza. Y que Dios les toque el corazón, como hizo con aquel soldado, para que la encuentren en Jesús.

Reflexión: La sonrisa


    La sonrisa no es sólo una ligera contracción de los músculos faciales. La sonrisa tiene su origen en la suave condición de la amabilidad y la alegría interior con que el corazón configura el rostro. Se sonríe con todo el ser, porque en ella estás todo entero. Una sonrisa fingida, estereotipada, artificial, es pura apariencia vacía y trámite teatral, sin raigambre que le dé sentido. Se sonríe entonces de narices para abajo, mientras los ojos, tan expresivos siempre, no dicen nada, aparcados en la indiferencia. 

    Hay que sonreír. Sonreír amablemente, porque lo exige la bondad con que posibilitamos la convivencia. Pero sonreír de verdad, con sana alegría, sin fingimientos.


Rincón poético

       TU PALABRA

Tu palabra sonaba como nueva,
sonaba como suena
un aleteo de agua estremecida
entre las limpias piedras de una fuente,
sonaba como suena adelgazado
el dibujo sonoro de una viola
entre unos dedos temblorosos,
como suena una flor tambaleante
en los labios de un niño,
cuando dice papá.
Y todos te miraban sorprendidos
sin saber qué decir.
Algunos ni querían saber si eran los tuyos
los labios con que hablaba
a los profetas Dios.
¿Quién entonces? Mirabas a los ojos
de la gente y seguía
sonando tu palabra como suena
la ladera de un monte sacudida,
como suena en la playa el oleaje
de nácar, encrespado,
el vuelo blanco de las gaviotas,
el rumor de la lluvia en los sembrados,
rumor de hoguera crepitante, altiva,
que nadie ha de apagar.


(De Paseando mis seños)

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