sábado, 29 de diciembre de 2012

El anciano Simeón

    La pobreza de la sagrada Familia y la redención por medio del dolor previsto de Jesús y María, son los dos temas del texto sagrado de hoy.
    José es pobre; no pueden presentar al templo una res pequeña como manda el Levítico, sino dos tórtolas, donativo de pobres. San Pablo nos habla del anonadamiento, la kénosis Jesús. Siendo Dios, se desnuda de sí mismo para soportar todas las limitaciones del hombre. Es así como hay que renunciar a todo relumbrón y  halagos del prestigio, a cambio de las servidumbres fraternas sin gloria.
    Con este tema de la pobreza, está el del sufrimiento purificador. El anciano Simeón pronostica el dolor redentor que han de sufrir el Niño y su Madre María. Y sin embargo, ésta es como una navidad gozosa para el anciano. Tenía el pálpito de que conocería al Mesías, y agradecido, entona ese himno de acción de gracias, porque que ya puede morir tranquilo.
    Entre tantos que veían a Jesús, sólo un anciano percibe su realidad divina y da con él. Como hoy, como siempre. Si no lo distinguimos desde el olfato de la fe, si no lo encontramos desde la esperanza que mantuvo siempre viva Simón, algo falla en nuestra manera de descifrar los signos de Dios que, hoy como siempre, debemos aprender a discernir.


Reflexión

 Mediante el Espíritu

    Es el Espíritu de Dios, el que incuba a Jesús en el corazón de María, el que nos lo trae ahora a todos nosotros impartiendo alegría entre cuantos son conscientes de que Dios acaba de investirse de nuestra naturaleza, la misma que él creó, y que a quienes sufren las acometidas del sufrimiento o los achaques de la enfermedad, les brinda la copa rebosante de su esperanza.
    Dios viene a echarnos una mano y hacernos suyos, mediante el Espíritu. Bienvenido sea.


Rincón poético

VILLANCICO TRISTE AL NIÑO JESÚS

El Niño Jesús
no sabe que ha hecho.
Por dar vida al mundo,

ha dejado el cielo.
Los ángeles lloran,
el Padre está serio,
sólo hay una estrella
que alumbra el misterio.
¿No será un capricho?
Ya no hay más remedio.
Volverá algún día,
mas volverá muerto.
¡No sabes Jesús,
yo cómo lo siento!
¿Qué puedo hacer yo,
si es que yo algo puedo?
¡Qué poco te sirven,
Jesús, mis lamentos!
Mas quiero que sepas
que, al fin, lo comprendo.
Los hombres te cantan.
Yo, además, te quiero.

(De Tu luz nos haga ver la luz)

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