martes, 18 de diciembre de 2012

Le pondrás por nombre Jesús


  Jesús tendrá un nombre según la costumbre de Israel que signifique lo que se entiende, lo que la persona ha de representar. Su nombre, pues, no tendrá sólo una función distintiva, sino denominativa. Se intenta que el nombre diga qué es lo que va a ser quien así se llame. Jesús significa el que salva; será, pues, nuestro salvador.
En el nombre de Jesús bautizamos al que va a entrar en la Iglesia. En el nombre de Jesús nos persignamos. En su nombre predicamos, en su nombre concluimos todas las oraciones oficiales de la Iglesia y en su nombre se perdonan los pecados. Con el nombre de Jesús invocamos al Hijo de Dios para que nos asista e ilumine en nuestros momentos aciagos.
Al nombre de Jesús, finalmente, como pide san Pablo, toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y en todo lugar. Y amamos y veneramos su nombre santo, porque amamos y veneramos todo lo que es suyo.

Reflexión:

De gústibus nihil scriptum est

Es un lugar común eso de decir que de gustos no hay nada escrito. No lo sé, aunque sí conocí a alguien que alimentaba el propósito de escribir un serio tratado sobre el tema, para acabar con recurso tan recurrente; en lo sucesivo, ya nadie podría invocar ese adagio. De hecho se sigue hablando del buen o mal gusto de tal o cual persona. Por alguna razón que se me escapa, mi personaje no llegó a realizar su soñado intento. Tampoco sé si empeñarse en borrar ese adagio es de buen gusto o no. Lo mismo da. Este humilde comentario mío trata precisamente sobre el asunto en cuestión, de modo que no se podrá decir ya acertadamente, que de gustos no hay nada escrito. Pues sí; sí lo hay; poco todavía, pero sí. A no ser que alguien anatematice y borre todo lo que antecede. 

Rincón poético

      ESCÚCHAME, SEÑOR 

Insisto una vez más en que me escuches
por este dolor mío
de no poder curar, como tú hacías,
a los necesitados, 
que penden de tus manos como un fruto.
Te importuno, Señor, como deseas,
porque te halaga que te hablemos
constantes, sin desmayo. He convertido
mi plegaria en martillo pertinaz
sobre yunque sonoro.
Hazme caso, Señor, te lo suplica
mi ansiedad, los gemidos dolorosos
de los míos. Olvida si es preciso
mientras tanto, estas otras
carencias que yo tengo. Sus angustias
son tan mías, Señor, como tan tuya
toda dolencia y sufrimiento.
Y así, Señor, soy yo el necesitado,
yo el que te necesita. No dilates 
ya más  la esplendidez de tus favores.

( De Tu luz nos haga ver la luz)

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