domingo, 2 de diciembre de 2012

El adviento y la espera vigilante


     El adviento es acercamiento de Dios al hombre y son dos las venidas de  Jesús. La de nuestro encuentro en Belén y la venida escatológica al final de todas las cosas.
    Sobrado motivo para que el evangelio nos exhorte a que permanezcamos en vigilante espera, porque Dios tiene siempre en las manos la rueca del tiempo y sólo él sabe en qué momento irrumpirá en nuestras vidas mediante el Hijo, tanto en la alborada de su nacimiento entre los hombres, como en su otra venida definitiva al final de todo. La receta aquí y allá es la misma, aprender a estar sobre aviso, siempre en pie, siempre en vela.
    Vigilar es tanto como permanecer atentos a los destellos que anuncian la venida constate de Dios a nuestras vidas. Vivamos con gozo esta espera de un Dios que se ajusta a nuestra debilidad y limitaciones en la persona del Hijo, y aprendamos a esperar con el mismo amor que pone él en esta donación de sí mismo en su Hijo. Desde la fe y la esperanza, el  amor nos hará siempre más fácil y luminoso el camino que va a Jesús, y por el que él mismo está viniendo ya a nosotros. 

Reflexión: El holocausto de Nigeria

    El religioso claretiano Juan Carlos Martos denuncia la intolerancia salvaje de algún sector islámico recalcitrante, en Nigeria, que está alcanzando tal virulencia en su rechazo cerril a las creencias cristianas, que la persecución a que está sometida la Iglesia supera toda ponderación. Se ametralla a los fieles reunidos en sus iglesias; recientemente, han quemado vivos impunemente a 500 cristianos, sin que las autoridades correspondientes tomen medida alguna eficaz para acabar con tales desmanes. Y lo que es peor: los gobiernos occidentales hacen la vista gorda, porque Nigeria es un país rico en petróleo y conviene no enojarla con recomendaciones de ninguna clase. Importan los interesas económicos más que la defensa de los derechos de nadie. La hipocresía occidental, callando, participa de la gravedad salvaje de tales comportamientos. 

Rincón poético

   LOADO SEAS, MI SEÑOR

Te alabo, mi Señor, con la alegría
de ver cómo te alaban igualmente
todas las cosas. Todo es tuyo;
que no existan labios que tu nombre santo
no silabeen amorosamente,
que no haya frente alguna que no incline
ante ti su decoro acreditado,
que no haya una rodilla que no doble
su altivez ante ti que lo eres todo.
Te alaba el corazón, mis pensamientos,
mis dos manos alzadas hasta ti,
todas mis preferencias, mis flaquezas
que tanto dicen de tu compasión,
mis descuidos, Señor, de no alabarte
reconocidamente, mis deseos
de enaltecerte el señorío
sobre todas las cosas, que te alaban,
porque nada es igual a tu grandeza.
Todo aquel que descubre la eminencia
de tu amor sin linderos, te venera.
Eres amor, todo el amor del mundo.
En ti descansa nuestro amor cumplido


(De Paseando mis sueños)

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