Jesús llega a nosotros de la mano de María, y ela desempeña un papel muy singular en el proyecto salvador del mundo, ya que la cortesía divina no quiso realizar empresa tan inaudita, sin contar antes con el beneplácito de la que iba a ser puerta por la que el Verbo haría su entrada en el ámbito de nuestra naturaleza humana. La encarnación es así el misterio que tiene mayor connotación mariana, al convertirla Dios en Madre suya.
Para llevar a cabo ese proyecto con plena dignidad, la luz de Dios libera a María de toda sombra, a fin de dotar de la mayor transparencia a ese misterio divino. Es la razón de la excepcional santificación de María, pensada así por Dios desde todos los tiempos para tan trascendental momento, preservada como dignísima morada de Dios. La misma presencia del Espíritu de Dios en su seno es crisol purificador con que abrillanta a María, como Madre honestísima de Dios.
María participa en todos los hechos salvíficos de Jesús, desde su declaración de fe en el misterio divino: -Bendita tú, porque has creído, le dice su prima Isabel. Es la primera que cree a Cristo, su hijo, antes de que naciera de sí, ya que la habita antes que a nadie, como nos habita a nosotros desde el bautismo. Y en este marco de la venida de Dios al mundo para la salvación del hombre, hay que situar el misterio inmaculado de María, desde que es elegida Madre de Dios, razón de ser de todos sus misterios.
Para llevar a cabo ese proyecto con plena dignidad, la luz de Dios libera a María de toda sombra, a fin de dotar de la mayor transparencia a ese misterio divino. Es la razón de la excepcional santificación de María, pensada así por Dios desde todos los tiempos para tan trascendental momento, preservada como dignísima morada de Dios. La misma presencia del Espíritu de Dios en su seno es crisol purificador con que abrillanta a María, como Madre honestísima de Dios.
María participa en todos los hechos salvíficos de Jesús, desde su declaración de fe en el misterio divino: -Bendita tú, porque has creído, le dice su prima Isabel. Es la primera que cree a Cristo, su hijo, antes de que naciera de sí, ya que la habita antes que a nadie, como nos habita a nosotros desde el bautismo. Y en este marco de la venida de Dios al mundo para la salvación del hombre, hay que situar el misterio inmaculado de María, desde que es elegida Madre de Dios, razón de ser de todos sus misterios.
Reflexión: El misterio de los números
Escribas y sacerdotes, en la antigüedad, descubrieron y aplicaron con prontitud y suma eficacia los misterios de las matemáticas, vinculados a la divinidad y el templo. Así, las fracciones de la unidad para la medida del grano, según un antiguo mito, si bien no hay acuerdo entre los investigadores, provienen del ojo del halcón Horus, hecho pedazos por la perversidad del dios Seht, de modo que cada una de sus partes representa un quebrado, que son 1/2, 1/4, 1/8, 1/16, 1/32 y 1/64 ( Igbnace J. Gelb, Historia de la escritura, 1976) . El sentido del de los números en sí y sus maravillosas facultades facilitaba su vinculación con los misterios divinos.
El lenguaje bíblico del AT, obra de los redactores sagrados, no tardó en incorporar a su vocabulario algunos números especialmente significativos anejos a la expresión inefable del misterio divino, como el número siete, expresión de la perfección en la realización de cosas de este mundo, dados los diete días creadores; el cuarenta, expresión de notables cantidades indefinidas, como los cuarenta días y noches de la travesía del desierto, el tres, día en que ocurre la pascua y que apela a la santidad de Dios. El NT, emplea el siete en los días de perdón que Pedro estimaba cifra perfecta; el tres se usa más frecuentemente, como los tres avisos de la pasión de Cristo, pero es sobresaliente el tercer día de la Resurrección.
Rincón poético
MI LÁMPARA
Me asusta imaginar
que mi lámpara, un día,
agotado el aceite que la alienta,
en mitad de la noche
se apague para siempre.
Pienso lo triste que es un árbol,
apagada su fronda,
en mitad del invierno;
las nubes derrotadas,
acabada la lluvia,
buscando el horizonte.
Me asusta imaginar
que tu puerta se cierre de un portazo
y me quede al relente
como una estrella sola
aterida de frío.
Enciéndeme, Señor, con tu verdad;
que no se apaga nunca.
Mi lámpara no es mía; me la diste
y estaba ya encendida. No permitas
que se apague mi luz, que es un remedo
divino de la tuya
(De Paseando mis sueños)
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