jueves, 27 de diciembre de 2012

San Juan evangelista

    En tres días sucesivos, la Iglesia nos resume todo el recorrido del año litúrgico en tres etapas: el nacimiento de Jesús, la redención a través de la sangre de Esteban y la resurrección. Y en este tramo final, al borde del sepulcro, dos personalidades: la del primado que personaliza Pedro y la del discípulo proclive a la fe que el amor inspira. El uno, cauto, dudoso, entraña las responsabilidades de la Iglesia; el otro representa el espíritu animador de la comunidad creyente. No somos nosotros quienes elegimos nuestro papel en la Iglesia, sino Cristo, quien coloca a Pedro como piedra fundamental de su Iglesia y a Juan como dechado de espiritualidad amorosa.
    Queda claro que quien ama, huele la presencia de Dios. Quien desconoce los caminos del amor, necesita argumentos y raciocinios para rastrearle, como quien va de caza. Juan vio el sepulcro vacío y entendió al punto. El sepulcro estaba vacío para los ojos; pero el amor sabe leer donde los ojos no perciben nada. Quien quiera ver a Dios, que se ejercite primero, como Juan, en amar a ciegas.


Reflexión

Villancicos navideños
  

     La noche de Navidad se llenó de villancicos de todos los estilos, como si la noche estuviera floreciendo de encanto. Las emisoras de radio han rivalizado por ofrecer lo mejor de sus repertorios, desde temblorosas piezas flamencas andaluzas ribeteadas de palmas, panderos y rasgueos de guitarra, hasta los otras apaciguadas del norte de Europa y aun algunas entreveradas de jaz americano, donde el saxo, el piano y las recias voces negras de sus interpretes entrelazaban sus desarrollos y melodías.
    El villancico es el lenguaje con que la voz del pueblo canta el misterio de Belén, donde la alegría desbordada de los pueblos latinos hasta la piadosa contención del centro europeo. En todo caso, es la fe en la aventura milagrosa de un Dios que viene a salvarnos la que inspira a unos y otros. Los villancicos son labios entusiastas que rezan a Dios.


Rincón poético

  NACIMIENTO

El Espíritu acuna,
a la luz de una estrella,
al Hijo, en las extrañas
de la Virgen más bella.

Jesús está viniendo;
desde Belén nos llega.
Le acompaña José
y María lo lleva.

¡Dios mismo, uno de tantos!
¡Qué ventura la nuestra!
Nunca el hombre al Señor
le ha tenido tan cerca.

Nada como el amor
urde tanta belleza.
¡Que los cielos lo admiren!
¡Que los hombres lo vean!


(De Tu luz nos haga ver la luz)

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