lunes, 10 de diciembre de 2012

Jesús y el paralítico



    Dice el evangelio que, sobre la enfermedad de aquel hombre que no podía valerse por sí mismo, el poder del Señor es lo que le impulsa a Jesús a curar.      El poder del Señor es el poder del reino que el Padre le ha encomendado. Curar a un enfermo es una acción de justicia, ya que la justicia de Dios es misericordia, compasión con que Dios remienda nuestras calamidades, y justamente la compasión es el sentimiento que arrastra a Jesús las más de las veces ante las deficiencias humanas.
    Se juntan aquí en Jesús su sensibilidad ante los necesitados y los poderes con que ha de extender el reino entre los hombres. Los fariseos ven en Jesús un hombre cualquiera, sin advertir la trascendencia de lo que hace y significa, y les desorientan sus poderes. Pero es que también hoy sigue siendo reprobado por los que no le conocen, y le persiguen tratando de prohibir su presencia en el mundo, incluso cuando queda representada en símbolos como el crucifijo o como en esas monedas eslovacas con la efigie de los santos Cirilo y Metodio.
    Defendamos nuestra fe y ejerzzamos el derecho de amar a cuenta de los que no le aman.

Reflexión: La enjundia de un buen libro


     La historia de las palabras es sorprendente y la curiosidad por conocer la génesis de algunos vocablos tiene sobrada justificación. Lo digo por lo que he leído de la palabra enjundia, un término que originariamente, en latín, de donde proviene, se formó por composición de dos palabras, axis, eje de carro, y úngere, untar grasa dicho eje, lo que dio axungia, que en el transcurso del tiempo, dará en castellano enjundia. La palabra española, además de su sentido original, grasa de animal, manteca, metafóricamente significa también riqueza de ideas de un libro, un discurso, de modo que esta palabra tiene mucha enjundia. 
 

Rincón poético

LOS ACHAQUES DEL FRÍO

El frío tiene el rostro demacrado.
Acaba de llegar, pero ya es viejo.
Viene como un mendigo que no tiene
pajar donde dormir.
Pordiosero con los labios ajados,
despojada de fronda su cabeza,
ateridas las manos.
Pasa despacio
de calle en calle, tiritando
y arrastrando los pies.
Ha derrochado
los frutos que acopiaban
precedentes cosechas,
menguada herencia
para quien desconoce la eficacia
de la almazara y el molino.
Él mismo no repara
en el espasmo de su tos,
sus cavernosos ojos,
sus manos ateridas.
Nada tiene, si acaso
el abrigo de nieve por los hombros,
el bosque congelado en la ladera,
la acristalada choza del relente.
Algo presiente acaso.
Evita contemplar el esqueleto
de sus reumáticos achaques
en los charcos que deja tras de sí.
El frío se parece demasiado
a los ojos vidriados de los muertos.
Nace y ya está muriéndose
como el ramaje de una sombra.


(De Paseando mis sueños)

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