lunes, 19 de agosto de 2013

El desprendimiento

Este joven que se acerca a Jesús porque quiere salvarse, sabe bien cuál es el fin del hombre: hacer el bien. Sabe que la bondad aquí en la tierra prepara la bondad de una vida mejor junto a Dios. Pero además quiere reforzar ese camino bondadoso. Jesús enuncia los mandamientos del Decálogo, porque la bondad del hombre se logra cumpliendo la voluntad de Dios, pero los recita  de manera sorprendente, citando sólo los que conciernen al hombre, pero añade uno más implícito en todos ellos, el mandamiento del amor al prójimo.
Jesús nos sugiere así que, como refiere san Juan,  “El que no ama a su prójimo, a quien ve, no podrá a amar a Dios, a quien no ve. Dios es amado y obedecido,  amando a nuestro prójimo. Por eso, quien no ama al prójimo, tampoco ama a Dios.
Notemos cómo esos mandamientos son la ley más obvia de la conciencia universal. Quiere decirse que, para Jesús, el secreto del camino de la vida eterna está escrito en las leyes de la conciencia humana.
El joven descubre que su corazón está donde está su tesoro. Y, decepcionado, se marcha cabizbajo y entristecido. Ha descubierto que no quiere ser perfecto. Seguir a Jesús supone dejar de ser uno el centro de sí mismo. Él quiere llenarlo todo, ocuparnos del todo. Sólo entonces nuestro bien es Cristo.

Reflexión

Jesús y la ley

Un recaudador se queja de que Jesús se abstenga de pagar tributo al templo, que es la casa de su Padre. Jesús no está bajo la ley. La pertenencia a Dios del templo le exime de pagar tributo, Pero es preferible evitar el escándalo de quienes no lo reconocen como lo que es. Y contribuye él tamben a dar lo que se le exige.
En ocasiones, evitar el escándalo es el recurso más al a mano de anteponer la paz a los derechos. Jesús no era partidario de entrar en litigios con  nadie. Bienaventurados los pacíficos.

Rincón poético

A LA SOMBRA DE LA CRUZ

                  Soneto

La sombra muerta de tu cruz caía
sobre las sucias heces del pecado
como una lluvia de cristal sagrado
junto a la sombra blanca de María

Desde lejos, san Pedro te seguía
sin entender todo el significado
de una cruz que arrastraba extenuado
quien sólo parabienes merecía.

Un gallo al borde mismo de la noche
ya había convertido en un reproche
la estricta impertinencia de su canto.
Nunca antes Simón Pedro lloró tanto
poniendo de este modo feliz broche
a su vacilación y su quebranto.

(D e A la sombra de un álamo)

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