domingo, 18 de agosto de 2013

La división de Jesús

Dos frases muy llamativas pronuncia Jesús con una gran carga emocional. La  primera dice así: Yo he venido a traer fuego a este mudo, a incendiarlo, y ¿qué otra cosa he de desear sino que este fuego arda? 
Todo el empeño de Jesús en su vida de predicador del Reino no es otra que incendiar con el amor de Dios el corazón de los hombres, transformar el mundo, transformando el corazón de la sociedad, que es lo que, cuando ese fuego prende, la capacita para las mayores gestas. Todas las grandes cosas que el hombre ha hecho en la historia, las ha hecho por amor, y sin amor, no se hace nada.
La segunda frase nos aclara algo más este propósito del proyecto salvador de Jesús. Hoy se llamarían daños colaterales. Dice así. No he venido a traer paz a este mundo, sino división, disparidad de pareceres y discrepancia.
Jesús suele apelar a estos modos expresivos tan llamativos, para atraer la atención y favorecer la memoria, en una época en que la transmisión oral de la enseñanza era el recurso más ordinario. A nivel popular, apenas si se leía. De hecho, se enseñaba a leer a los niños en la sinagoga, para conocer la Sagrada escritura; a las niñas, ni eso. Lo que Jesús está recalcando  es la nueva condición de los suyos, entre quienes establece esas discrepancias, porque les pone en la disyuntiva de seguirle o de rechazarle: o con él o contra él; no caben medias tintas. 
Jesús mismo da las pautas de entendimiento de dicha frase, cuando nos explica que  su paz no es la que el mundo da. La paz del mundo y la que Dios da, tienen poco en común. La paz del mundo se reduce a vivir tranquilamente, sin sobresaltos, sin altercados ni enfrentamientos, con comodidad incluso, sin motivaciones que puedan inquietar a nadie, sin desencuentros sociales ni religiosos. Una paz  sinónimo de injusticia sufrida en silencio, acomodación a las circunstancias:. En tanto que Jesús incomoda a los codiciosos, a los acomodados, a los hipócritas, a los dirigentes que extorsionan la conciencia y las condiciones de vida de la gente sencilla.
En todo caso, en nuestras denuncias, Dios está siempre con nosotros.

Reflexión

El dolor compartido es menos

El dolor no puede compararse con el dolor de Cristo. Sólo que nuestras penas y quebrantos, no le son indiferentes. Él hace suyo nuestro dolor; sufre con nosotros y nos purifica como quien templa un espada al fuego. Unidos al dolor de Cristo, nunca estamos solos ni el dolor es únicamente nuestro. Sufrir con Cristo es un favor impagable, un privilegio, una distinción. Es ben cristiano quien, desde esta concepción de las adversidades que nos pisotean la vida como polvo de camino, da gracias a Dos por los sinsabores de cada día.

Rincón poético

NO TODOS

No todos los que vieron
tu muerte en una cruz se prosternaron
tensos, sobrecogidos,
golpeando su pecho con el puño. 
No todos. No supieron sopesar 
que eras apenas, Señor mío,
zarandeado, destruidas
a golpes, tus facciones, 
mero desecho humano.
Algunos recordaron cómo hiciste
prodigios por la gente, y se mofaban
de ti, ceniza apenas,
pendiente de una cruz.
Mas también ellos morirán .
La muerte inexorable no perdona.
Y acaso clamarán que les comprendas,
recitando tu nombre,
y se verán morir, agarrotado
el corazón, los ojos amarillos, 
temblándoles el pulso como frágil
rama que agita el viento.
No imaginaban que estaban matando
la misma sangre que les redimía.
Se lo dijiste al Padre:
no sabían, Señor, qué es lo que hacían.

(De A la sombra de un álamo)

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