El discípulo de Cristo pertenece al Reino de Dios. Y ahí es donde ha de poner su corazón, viviendo a Cristo en apertura consciente hacia el futuro de ese mismo Reino. Jesús nos invita a ser intrépidos en lo tocante al dinero, que es la negación del Reino, donde sólo cabe el amor de Dios. El centro de atención del discípulo ha de ser siempre Dios y sólo Dios, nunca los bienes materiales. Empeñarse en compatibilizar lo uno con lo otro, comete un necio desatino, porque ni se da de lleno a Dios ni a sí mismo. Ya nos tiene dicho Jesús que no se puede servir a la vez a dos señores.
Claro que necesitamos de los bienes para vivir y es loable su uso equilibrado y beneficioso, sólo que Jesús, que de alguna manera aparta a los suyos de lo que podemos llamar una vida mundana, les enseña en primer lugar a que aprendan a ser desprendidos, que pongan su tesoro en las manos de Dios, que son lo que él llama los bienes de allá arriba.
Él desprendimiento aligera el ánimo, desde la despreocupación de uno mismo, para poder preocuparse por los demás que necesitan de nosotros. Quien sabe amar viviendo en solidaridad con los demás, dado a sus semejantes, vive con autenticidad la vida que se le ha dado, porque vive humanamente.
Santa Clara
Santa Clara es la versión femenina de la espiritualidad evangélica de san Francisco de Asís, vivida con tato rigor, que no le fue fácil obtener la necesaria aprobación de Roma. No por nada sus monjas han venido llamándose damas pobres, y lo han sido de ejemplar manera.
No es fácil profesar la santidad enclaustrada de la segunda Orden, razón de que e n mundo frívolo como el nuestro, las vocaciones escasean y los monasterios envejecen y quedan my mermadas sus fraternidades. Espereos que Santa Clara espolee el corazón de las jóvenes haciéndoles sentir el atractivo del amor de Dios, la lámpara que ella llevó siempre encendida.
VIRGEN Y MADRE
Virgen María, te miro
y no acierto a comprender
que tus encantos no sean,
los que hay en toda mujer.
Creo que, a pesar de todo,
hay un encanto mayor:
tú sabes que ha puesto en ti
su mirada el mismo Dios.
¿Cual es la razón, Señora,
si es que hay alguna razón,
de que él haya hecho contigo
un milagro, una excepción:
Por ser casta te ha elegido,
por ser virgen te eligió,
y humilde y buena y sencilla,
para ser Madre de Dios.
¡Qué elección tan acertada!
Tal madre quisiera yo.
(De A la sombra de un álamo)
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