miércoles, 21 de agosto de 2013

La viña del Señor

La parábola de los obreros de la viña es exclusiva de Mateo. Se nos dice que el Reino de los cielos es semejante al propietario de una viña que contrata a los obreros a horas diversas; al amanecer, a media mañana, sobre las nueve; a mediodía, a las tres, y a las cinco de la tarde, “la hora undécima”.
Esta viña es ya de suyo una pista para entender el sentido simbólico que alberga la parábola. La viña de Dios es el pueblo escogido, el lugar de la Alianza (Is 5,1-7).
Ese propietario de la viña, por lo tanto, es Dios; un propietario muy singular, que contrata obreros cuando falta sólo una hora para el final de la tarea diaria; les paga a todos igual; y a los últimos les contrata porque están todo el día sin que nadie les dé trabajo. 
Hay una doble interpretación de la parábola. Desde la justicia distributiva, los obreros mismos que han trabajado todo el día y se sienten comparativamente injuriados, por recibir lo mismo que quienes han trabajado menos. La otra, según la justicia de Dios, sería la de Jesús: Dios da según la medida de su gratuidad, y no en función de nuestros méritos. Esta interpretación nos enseña que lo que el dueño de la viña da a todos por igual, es la salvación. Además de  que:
él prefiere a los más olvidados de todos;
llama sin parar y reparte sus beneficios a todos;
su generosidad no está determinada por nuestros méritos;
aparta a quienes se empeñan en alegar derechos.
       En una palabra; esta parábola predica que la salvación del hombre es obra gratuita de Dios, porque es obra de su mismo amor. A cambio de tan alto privilegio, no olvidemos que amor con amor se paga.

Reflexión

El domingo

El domingo, fiesta de la resurrección del Señor, lo vive el cristiano ese misterio salvador con la alegría de haber recuperado la mistad con Dios, a iniciativa suya, que envía a encarnarse al Hijo
con semejante fin. Los cristianos celebramos el domingo tomando parte en la santa Misa
 y comulgando con Cristo en la eucaristía. Cristo resucita es ahora nuestro supremo valedor ante el Padre, dada nuestra indigencia Es lógico que asociemos con entusiasmo el júbilo y la alabanza

Rincón poético


LA PLAZA DEL CONVENTO

La plaza del convento ha envejecido.
Sus muros encalados según viejas rutinas,
han perdido el color como un enfermo 
desahuciado, un anciano,
cano el rubio cabello. Lo tenía
aquel novicio de ojos glaucos
que ya no ven; en ellos
la clara luz declina..  
¿Son esos los cipreses
de los que joven admiraba
su santa rectitud, su lozanía?
El sabio padre Vives,
interpretado en piedra,
reclina en un cruz su teología.
Los frailes son ancianos, como el tiempo;
el amor de Dios mismo les persigna.
¡Cómo destiñe el tiempo,
arañando a zarpazos
con sus manos ladinas,
el rostro de las cosas!
El tiempo no es el alba matutina,
no es la tarde apagándose
que al borde de la noche, al fin termina.
El tiempo es abandono y deterioro
de cuanto pasa y desconoce
felices retrocesos. 
El monasterio tiene un campanario
aupado hacia unos nidos en la esquina.
Sus campanas convocan a los fieles
con gozosa alegría.
Son campanas solemnes, rigurosas,
exaltadas, estrictas,
a gritos jubilosos se despiertan,
retumban, rotan y revolotean,
cuando llaman a misa.

(De A la sombra de un álamo)

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