A veces el cumplimiento de las leyes sociales nos pueden poner en un serio aprieto, que es lo que le ocurre aquí a Jesús. Bien hubiera podido alegar su identidad divina para eximirse de tal obligación, aunque no hubiera impedido así un encuentro con los recaudadores, por lo que prefiere evitar posibles altercados y acepta la ley sin discusión.
Para nosotros es un buen ejemplo que conviene tener en cuenta al momento de atenernos a lo establecido. En general, cumplir con las leyes es una contribución al bien común, porque es contribuir al orden social, obligación que nos atañe en muy primer lugar.
Sólo cuando la ley repugna a nuestra conciencia, estamos obligados a eximirnos de su cumplimiento y podemos mostrar nuestras convicciones de modo correcto y razonable. Es el problema de conciencia que ocasiona hoy a los médicos cristianos la ley del aborto y a cualquier persona medianamente razonable y sensible. Nadie puede obligar a nadie a que proceda en contra de su fe y de su conciencia moral. Los primitivos cristianos morían mártires de heroica manera por oponerse a normas paganas que contradecían su fe.
Tal vez, con ese portento del pececillo del lago, nos está insinuando aquí Jesús que no hay que desesperar nunca de la ayuda divina en los mayores aprietos, incluso más allá de nuestras ordinarias esperanzas.
Reflexión
El reino de Dios
Los judíos entendían que el reino de Dios era la intervención de un descendiente de David que restauraría la nacionalidad judía en Israel.
Los evangelios nos enseñan que el reino de Dios sería el gobierno de todo el mundo, acabada la corrupción e iniquidad con el sacrificio de Cristo. Su rey sería él mismo, quien con su enseñanza, parábolas del reino, curaciones, la revelación de verdades divinas, y su presencia como mesías, significaba esa inminencia del reino de que habla a unos fariseos y a un escriba. Sólo que el reino se impondría plenamente al final de los tiempos, ante Cristo glorioso, con la aparición de un cielo y tierra nuevos.
Rincón poético
PLEGARIA A MARÍA
Dile a tu Madre, Jesús,
que aquí tiene un hijo suyo.
Sé que la amas como a nadie;
yo también la quiero mucho.
Díselo, que a nadie escucha,
no, como te escucha ti.
Ella me enseñó a decirle
a Dios mil veces que sí.
Seguro que, cuando niño,
te enseñó ella a ti también.
Dile que me lleve a mí
por los caminos del bien.
Recuérdale con que amor
la amaba yo, siendo niño,.
pues quiero recuperar
otra vez aquel cariño.
Díselo con insistencia.
Jesús mío, díselo;
que es una delia amarla,
como infinito es su amor.
(De A la sombra de un álamo)
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