viernes, 16 de agosto de 2013

Otra vez los fariseos

  Esta vez son los fariseos quienes preguntan a Jesús, sobre uno de los temas que no todos veían como tan normal: el repudio de la mujer. Era una ley condicionada por el concepto que se tenía de la superior autoridad y preeminencia del varón, desde su consideración patriarcal en la familia, y la nula consideración que se le llegó a conceder a la mujer, a quien se la tenía por impura, hasta el extremo de no permitírsele ni siquiera rezar a Dios en la sinagoga.
Jesús rechaza de plano toda arbitrariedad, que considera más una concesión mosaica, por la dureza del corazón del hombre, que una ley de Dios. Era Dios quien, desde el Génesis, había dejado muy claro que hombre y mujer casados son una misma cosa. 
Enseña así que vocación y matrimonio entrecruzan sus caminos. Jesús recurre a la distinta condición humana para establecer que hay además quienes, por el Reino de Dios, pueden renunciar a la vida matrimonial. Y recurre a dos puntos.
 la libertad del que así procede.
una motivación profunda. 
     El, el Reino de Dios; algo que quienes se inclinan a verlo todo desde la razón, no alcanzan a entender, porque es el corazón el que rige en este orden de cosas, y el corazón tiene razones, afinidades e intuiciones, que la razón no entiende. 
Que cada cual establezca desde su más completa libertad interior, cuál es el lugar que debe ocupar en los planes de Dios, y elija entonces ese lugar con decidido empeño.

Reflexión

La inmediatez del reino

Loa fariseos desean saber cuando llegará el reino, cuyo Mesías poderoso ha de descender de la casa de David, y Jesús les desengaña advirtiéndoles de que no llegará, como ellos creen, de manera espectacular y gloriosa. Los discípulos deben anotar que como señal nada sucederá antes de ser llevado él al suplicio. Y en su día, su llegada salvadora y justiciera tendrá la trémula luminosidad trepidante de un relampagueo

Rincón poético

JUNTO A TU CRUZ

Beso tu cruz como quien pone
su impiedad de rodillas.
Se arrodilló María en el pesebre
llena de admiración, llena de asombro,
y ante tu cuerpo masacrado y yerto,
se arrodilló el suplicio de su llanto.
¿Quién no, si estás muriendo a borbotones
de angustia por nosotros,
sin proferir la sombra de una queja?
Mis labios me redimen
al besarte el dolor con que te hiere
la sucia lanza de un soldado inicuo.
Soy como el buen ladrón. Quiero robarte
tus últimas palabras salvadoras.

(De A la sombra de un álamo)

No hay comentarios:

Publicar un comentario