viernes, 30 de agosto de 2013

Salid al encuentro

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Hablando de la venida inesperada del Hijo del hombre, Jesús proponía a sus oyentes una parábola con la que escenifica las circunstancias propicias y las azarosas de esa venida imprevista.
Cinco de diez doncellas, ya que tarda el esposo, se echan a dormir y descuidan mantener encendidas las lámparas. Entienden que siempre hay tiempo.
En el evangelio de ayer, Jesús recurría a la imagen del ladrón nocturno, para acentuar el efecto sorpresa, lo que obliga a estar siempre al acecho. Hoy se recurre a la llegada nocturna del esposo.  Se trata del encuentro con Dios. Unos están siempre preparados; otros se descuidan. Jesús llama sensatos a unos y necios a los otros. Es la sabiduría bíblica. El que vive con Dios y para Dios, ése sabe y es sensato; quien vive devanándose en cosas oscuras y pasajeras, no sabe y es necio.
Y Jesús sigue llegando. Aprendamos a salir a su encuentro, manteniendo las lámparas de nuestra fe y nuestro amor siempre a punto.

Reflexión

El mundo conocido en tiempos de Jesús

¿Cuál era el concepto geográfico que se tenía en Israel del mundo en tiempos bíblicos? Sabemos que Jesús de Sirac había navegado por muchos países y decía que viajar daba cultura. No fue pueblo marinero Israel como lo fueron Tiro y Sidón, lo que no impide acceder al conocimiento de estos pueblos. Isaías nos traza un mapa de las tierras más inmediatas a Israel, pero habla también de costas remotas, sólo conocidas por marineros. Sabemos que tales conocimientos eran materia secreta para las naciones, y hay noticias de que naves griegas siguieron las costas africanas del Atlántico y las europeas hasta Escandinavia, para negociar. ¿Son éstas las costas lejanas a las que se refiere Isaías?

Rincón poético

SE ALEJABA
       San Lucas 3,30
No se va de su aldea
Jesús resueltamente. 
Con lentitud se aparta, se despide
como quien no se va;
se aleja apenas. Son los suyos
quienes le acosan; son los suyos.
Queda su madre acongojada,
que es como si quedaran
en las ramas de un árbol,
rotas, hilachas de su corazón.
No se aleja; retarda cabizbajo
el paso despacioso,
demora el curso de su despedida
como un cansancio, como una fatiga,
como un agotamiento indefinido.
Se alejaba, nos dice el evangelio,
andando apenas como un niño
que no supiera andar,
como quien no se va nunca del todo.

(De A la sombra de un álamo)

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