Natanaél, hijo de Tomé, es, a juicio de Jesús, el ejemplar cumplido de la sinceridad de vida: es igual por dentro igual que por fuera; no conoce doblez. A esta virtud la llamamos sencillez, frente a la doblez del hombre falso, que finge ser como no es, y a quien llamamos hipócrita.
Jesús pide a sus discípulos que sean sencillos siempre, como lo son las palomas; que sean como niños, cuya sencillez se confunde con la inocencia. Por contra, deben huir del mal ejemplo de los fariseos, sepulcros blanqueados, que no son consecuentes con la forma de vida que proponen a los demás.
No podía ser de otra forma, cuando Jesús, Palabra del Padre, es la verdad por excelencia. La verdad exige sinceridad y sencillez. Sólo el hombre sincero y sencillo ama la verdad y en consecuencia, sólo el hombre sincero ama a Cristo. Que él nos enseñe a ser como fue él.
La infancia de Jesús
Mucho se ha escrito sobre la infancia de Jesús, pero permanece como encubierta en el ámbito de su vida oculta, hasta que el Espíritu de Dios le saca de la casa paterna, viuda ya María, para enlazar su vida con el itinerario precursor del Bautista. El único hecho que anota Lucas sobre su adolescencia es el hecho de su pérdida en Jerusalén, enzarzado en divinas cuestiones entre los doctores del templo. ¿Qué es lo que habló con ellos? Un misterio más. Tenía 12 años. Sus padres sufrieron lo indecible ante tamaña travesura. Lo demás queda en el contexto de su vida carpintera con José.
Rincón poético
EL LLANTO
A veces el dolor se anega en llanto.
El dolor no se ve; hurga en la espesa
maraña de vida, como escondido roedor.
En la mentida loza que nos hace,
el llanto lo delata, acariciando
la recóndita herida.
Hay que llorar a veces sin recato,
en ocasiones a escondidas,
cuando el dolor nos duele tanto,
que se rompen los ojos,
tan frágiles, tan débiles..
El llanto es una mano que Dios puso
en nuestro corazón,
junto a una cruz extorsionada
sangrando amor por su costado.
Llorad, llorad. No lloró Cristo
en el suplicio de la suya;
es cierto, no lloró ,
porque eran otros sus quebrantos.
( De A la sombra de un álamo)
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