jueves, 29 de agosto de 2013

Muerte de Juan Bautista

Aunque de manera muy abreviada, la vida de san Juan Bautista cobra en el evangelio una gran importancia. Sabemos de sus padres, de la singularidad de su nacimiento, su vida austera en el desierto, su papel profético como guía que conduce al camino salvador de Cristo, discípulos suyos que pasan a serlo de Jesús. Y finalmente, su encarcelamiento, sus depresiones al ver truncada su labor y su muerte in justa, su asesinato. 
Jesús sigue todas las incidencias sobresalientes de la vida Juan; lamenta su muerte injusta y condena ásperamente a sus asesinos. Interpreta, además, su muerte como el signo con que Dios le indica que la tarea precursora de Juan ha dado fin y de que es hora de que comience él su vida pública.
Juan es, por tanto, una figura bíblica más cercana a Jesús, que cobra todo su sentido de él, supeditado a su ministerio salvador. Todos los profetas fueron anunciando el mesianismo de Cristo Jesús. Juan es, por eso, el último profeta, que cierra ese ciclo anunciador, ya en vida de Cristo, y el único que tuvo la suerte envidiable de conocer a Jesús, de hablar con él, de bautizarlo incluso, y ser alabado muy por encima de cualquier otro mortal por la Palabra. Que él siga indicándonos el camino que va a Jesús, como una luz añadida a la que el mismo Jesús nos presta.


Reflexión

Natanael


Jesús es judío y ama a su pueblo, que es el pueblo de Dios. En el elogio que hace de Natanael, dice de él que es un buen israelita, y lo es porque no conoce falsedad. La falsedad, la hipocresía impiden considerar ben israelita, buena persona, a un judío. Pertenecer al pueblo de Israel es vivir un compromiso de rectitud con Dios. Sólo los que cumplen con ese compromiso entra en el juicio valorativo que positivamente hace de ellos Jesús. A nosotros compete ser buenos cristianos desde la sinceridad, para merecer el parabién y elogio de Jesús.


Rincón poético

      SOMBRA TUYA

Clavado en mí está Cristo. Llevo encima
su cruz y soy yo mismo
sus llagas y el martillo. 
Vivo su misma suerte haciendo mía, 
en los olivos de Getsemaní,
la profesión del aprendiz de llanto.
Soy su espalda tundida a latigazos,
la frente sanguinosa, 
el hombre zozobrante por el peso
inicuo de la cruz.
Soy esa cruz, los desgarrones
de sus manos ancladas por los clavos,
soy su dolor, el angustioso
silencio, porque ya
lo había dicho todo y no tenía
fuerza para añadir por qué sufría
quien hizo del dolor una moneda
para pagar la libertad del hombre.
La lanza la hice yo
y la templé en la fragua
vil de mis extravíos.
Yo puse la ignominia   
sangrienta de la cruz.
Yo te maté, Señor; fui la sentencia
que te llevó al suplicio
Y los dados malditos 
cargados con el grave
pomo de mi falsía.
Soy el ladrón avergonzado
que acongojado
quiere morir contigo.

(De A la sombra de un álamo)

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