Frente a quienes se empeñan en que Dios es hechura más o menos literaria del hombre, hay que proclamar que Dios no es como esos mismos hombres quisieran que fuera o dejara de ser, sino que es independientemente de nuestras preferencias.
Desde siempre, con toda espontaneidad, el hombre ha buscado a Dios en el único lugar donde podía encontrarse con él, en lo hondo del corazón, facilísimamente, porque Dios mismo se hizo encontradizo ahí mismo. No hubo que inventarlo. A Dios no lo inventa el hombre a su capricho; no sería como es. Él nos ha inventado a nosotros. Sí que ha ido cambiando el conocimiento que nosotros vamos teniendo de él, desde un cabal ahondamiento y aprendizaje de sus verdades, en la medida que su revelación al hombre fue progresiva a lo largo del tiempo. Hoy, gracias a Jesús, sabemos de él más de lo que supieron los profetas, por más que ellos supieron cuanto necesitaron para llevar correctamente a cabo su cometido profético.
Una de las preocupaciones de san Pablo fue que sus comunidades adelantaran, sin caer en desvaríos, en el puntual conocimiento de la fe salvadora de Cristo, descubriéndoles desde su propia experiencia que Dios es amor.
Agradezcámosle a Él su bondad infinita y que sea tal como és, a la infinita medida de sí mismo, y en gracia suya, por Jesús, a la medida del corazón humano.
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