El papa Benedicto XVI tiene anunciada la beatificación de su predecesor Juan Pablo II para el día 1 de mayo próximo y ha dado claras muestras de alegría por tan grata efemérides, en que le corresponderá oficiar a él mismo. De Juan Pablo ha heredado, con su entereza y exclusiva dedicación, el espíritu misionero que les induce a acceder a lugares especialmente difíciles y distantes donde la fe necesita impulsos decisivos, desafiando para ello, las más de las veces, la propia seguridad.
El cardenal Rouco ha puntualizado que “la personalidad de Juan Pablo II es de una magnitud espiritual e histórica absolutamente singular”. Tanto es así, que la historia más reciente de la Iglesia no se puede entender del todo sin detenerse y reparar en la figura de Juan Pablo II, por la relevancia de su obra.
El Espíritu de Dios que habita a la Iglesia, da alas a quienes se dejan alentar por su inspirada sabiduría, tan necesaria para regir el pueblo santo que puso en marcha Jesús, enseñándole con su palabra oportuna y valiente a sortear peligros y asechanzas que nunca han de faltar a los fieles cristianos, por el simple hecho de serlo.
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