Marcos nos presenta la primera escena tumultuosa que provoca la fama de los milagros de Jesús. La voz incontenible de la fama descorre horizontes, desconoce linderas y fronteras y corre veloz en todas las direcciones alentada por la curiosidad.
Jesús, el hijo aquel del carpintero, hace milagros inauditos, y como si una misma mano tirase de los hilos de las personas, es de ver cómo se movilizan hacia Cafarnaún nutridos contingentes de gente de todo origen, afanosos por conocer al nuevo profeta y presenciar con sus propios ojos lo que se dice de él, cuando no experimentar provechosamente el poder de su mano en las miserias y alifafes de la carne herida.
Jesús, al ver que la multitud va en aumento y adivinar el riesgo de verse envuelto por ella, teme ser arrollado por la avalancha que se avecina y ordena precavido a sus discípulos que tengan disponible una lancha. La palabra de Jesús será el bálsamo que sacie con creces la necesidad de Dios que tiene aquí y allá el corazón del hombre.
Pero no hay monedas de una sola cara. Porque, mientras tanto, fariseos y herodianos se coaligan en secreto y en raro contubernio, y empiezan a maquinar la manera de deshacerse de Jesús. Entienden que hay que darse prisa. La gente le sig8ue, la gente está con él, y la novedad de su enseñanza no se aviene con sus inamovibles criterios conformistas.
Siempre lo mismo. Hay que acallar a quien no piensa como yo. Yo, yo, yo. La estrechez mental del fanatismo pone veladuras en los ojos y consigue que la sangre no pase por el corazón.
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