En tiempos agitados en que al obispo Añoveros de Bilbao se le quiso represaliar, el dibujante Sumer pintó una viñeta con dos cuadros en no sé qué medio. En la primera escena, un vasco, tocado con una chapela descomunal, escribía un grafiiti contestatario en una pared, donde ya se leía. Añovero... En la siguiente escena, aparecen de pronto dos guardias civiles con sus correspondientes tricornios que interrumpen con su seria presencia la presunta protesta parietaria, y el vasco prosigue entonces escribiendo muy tranquilo y resolutivo: ...¡Vida nueva!
Un año más que da en el parachoques de su última frontera. Un año más o un año menos, según se mire la botella medio llena o medio vacía. Un año más, porque solemos sumarlos con puntillosa exactitud a los que se vienen contando según el nivel histórico de cuantos años ya han sido, y el individual de los que acumulamos cada cual, con más o menos posibilidades de añadir nuevos sumandos, a la cada vez más acelerada cuenta. Lo cierto es que el tiempo, de suyo, no es mensurable; nosotros lo relativizamos sometiendo a medida su duración, que no sería la misma en otro planeta con días y noches más amplios o estrechos, como las escatimado días lunares o los interminablemente aburridos del polo. No es así el tiempo absoluto.
Dios nos lo da devanándolo poco a poco y Dios nos lo quita, para lo que cuenta con innumerables maneras de cortar el hilo y la trama. Démosle cumplidas gracias por lo que nos da, que ya se encargará Job, en nombre de todos, por lo que nos quita.
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