Jesús compara la antigua y nueva alianza con odres nuevos y viejos, dispuestos en estancias distintas para sus respectivos vinos anejo o reciente. Cada vino en su odre.
Tiene muy claro que la antigua alianza ha agotado su tiempo y no admite que pueda ser integrada en la nueva. No hay trasvase posible de un odre al otro, ya que la nueva es realización en Cristo, de la que como imagen y figura anticipada entrevieron los profetas. Son realidades irreductibles, y su frontera insalvable.
Desde la prieta empalizada de la antigua alianza, toda novedad se les antoja escandalosa a los israelitas, porque no ven más allá de su propia cerca. Ellos mismos, cuando se les pregunta por la posible identidad de Jesús, se empeñan en interiorizarlo entre sus profetas. Son ciegos y no lo saben. ¡Qué ajustado le parece a uno entonces que en Isaías Jesús sea columbrado como destello de faro costero, como atalaya luminosa traspasando horizontes! Te hago luz des las naciones, para que la salvación alcance hasta los confines de la tierra.¿No alude a esto mismo la estrella de Belén?
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