Jesús amó a los niños, los amó por su ingenuidad, su naturalidad, su espontaneidad y su sencillez. Los niños no tienen pliegues en el alma como los adultos.
Hay que sufrir una absoluta carencia de sensibilidad para no amar a los niños. Y no ama bien a los niños quien no ame al que nos ha venido en Belén, un niño que ha de crecer con prisa, porque viene con el salario de nuestra salvación bajo el brazo.
El amor alimenta y hace crecer. El desamor es un cruel fermento de muerte, y mata sin compasión por eso mismo, desde el anonadamiento de la depresión..
Amemos a Jesús para que no sepa todavía lo que es el mundo, no sea que se asuste y vuelva desalado a los brazos del Padre. Él ama la infancia de todos nosotros en la sencillez que ha de distinguirnos y que empequeñece al más altivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario