sábado, 15 de enero de 2011

Pobres leprosos

La compasión ante la desgracia ajena es una de las ventanas luminosas por donde respira, con la piedad, la justicia. La compasión usa del hospedaje cálido y siempre a punto del corazón. Sus escalones los pule la sensibilidad.
Lucas suele hacernos sentir la proclive cercanía de Jesús hacia los marginados de su tiempo, proscritos sin otro rincón donde alentar que su desgracia y las expresiones de lástima de los buenos. Y es Marcos quien subraya esta condición humana de Jesús en el encuentro con un leproso que le sale astroso al camino y se postra de rodillas ante él demandándole con explicable urgencia que le cure. Jesús descorazonado, contraviniendo las leyes que le impiden tocar a un leproso, le pone audazmente la mano en el hombro y lo cura.
El capítulo 13 del Levítico establecía que el leproso, para aviso y mejor discernimiento de quienes tenían que reparar en su presencia para rehuirle, llevaría la ropa rasgada, y desgreñada la cabeza, se tapará hasta el bigote e irá gritando: ¡Impuro! ¡Impuro! Y aún añade: Es impuro y vivirá aislado. Eran las rigurosas medidas profilácticas que aconsejaba la sanidad del momento.
¿Qué hará el sacerdote cuando, después de examinar al que ha curado Jesús, ratifique que el leproso ya no lo es? Reunirá, para la purificación del paciente, dos pájaros vivos y puros, madera de cedro, púrpura escarlata e hisopo. Degollará el pájaro sobre una vasija con agua corriente para untar en su sangre los demás objetos y hará siete aspersiones sobre el leproso que de este modo conseguirá purificarse. Se le declarará puro entonces y se soltará al pájaro restante, símbolo de la libertad que recobra el hombre nuevo en que se ha convertido el afortunado israelita.
No nos extrañemos, ya que a lo largo de los siglos, medicina y religiosidad han ido desde siempre cogidas de la mano.

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