Hay algo desusado y novedoso en la Palabra de Jesús que origina emociones de espiritual satisfacción, desconocidas en la palabra acostumbrada de cualquier otro hombre. Hay algo inédito que se transparenta en su lenguaje, porque es el Espíritu que le habitó junto al Padre quien le llena del misterio divino de sus verdades. Se comprende que llame la atención a sus oyentes primerizos de Cafarnaún e igualmente entre sus paisanos de Nazaret.
Ese sello determinante de su singularidad es lo que traduce la gente por autoridad y dominio de lo que Jesús predica.
Escribas y fariseos comentan el significado de los textos sagrados que proponen al pueblo, desde la fidelidad objetiva a lo que la palabra dice. Jesús es él mismo Palabra de Dios y expone, mediante la asistencia del divino Espíritu, lo que el Padre le va confiando..
Jesús no es mero comentarista al uso de la Palabra escrita. Es la Palabra, y por eso aciertan quienes cifran como autoridad la singularidad de su lenguaje. Atinada observación. Está muy lejos de que se le considere hablando por boca de cántaro. Habla como intérprete autorizado de su propio misterio divino.
No es extraño que esa palabra cure lo incurable, dé vida a quien ya no la tiene y transfigure el pan y el vino divinamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario