domingo, 30 de enero de 2011

El sentido práctico presente en las parábolas de Jesús debió ser muy del gusto popular de un pueblo acostumbrado a atisbar, en las cosas creadas, reflejos de la presencia creadora de Dios.

No se enciende una luz para ocultarla, sino para que alumbre convenientemente desde lo alto, viene a decir Jesús. Así sucede con la misma verdad de Cristo, no siempre cómoda, con frecuencia áspera, que nos incita a multiplicar como espejos la luz con que Dios nos ilumina, creados al fin a imagen suya. Si Dios es amor, el amor ha de impulsar nuestro aliento; si Dios es misericordia, compasivas han de ser nuestras manos. Y en todo caso, como tales espeejos de la verdad que late en la palabra y vida de Jesús, la sinceridad debe ser el marchamo que selle todos nuestras palabras y acciones, desde una frente limpia y un pecho transparente.

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