La fe de unos puede salvar a otros en favor de los cuales esa fe se hace singularmente manifiesta. Sucede así con unas vecinos de Cafarnaún que descuelgan a un paralítico por un boquete abierto a este fin en el techo de una habitación, desde cuya puerta propone Jesús su enseñanza al gentío congregado en el patio de la casa de Pedro. Jesús interrumpe su discurso sorprendido, celebra esta audaz añagaza de los porteadores del enfermo y muy a gusto procede a curarlo, en gracia a la fe mostrada por esos acompañantes del paralítico.
Es la fe de los familiares la que desencadena el prodigio, ya que la gracia der la curación recae en el enfermo por pura carambola, de modo que lo que destaca Jesús es la confianza que ponen en él los porteadores, cuya hazaña ha conmovido su corazón compasivo y su benigna mano.
Uno se queda perplejo cuando recapacita y advierte que de la fe de uno depende la salvación de otros. La fe es, pues, moneda de cambio con la que Dios premia nuestras súplicas en favor de aquel a quien queremos, que en definitiva es una gracia dada a nuestros deseos fervientes por creer en él resueltamente. Se conjugan la fe y el amor al otro en el provechoso compromiso de ser cristianos de verdad
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