En buena ley, se denomina villano al habitante de una villa, como aldeano al que lo hace en la aldea. El sentido peyorativo que adquirió el término en pasados siglos, ocurre por oposición a noble. El noble se siente sensible y educado; el vilano ocupa el otro extremo.
De villano procede la palabra villancico, un diminutivo de origen aragonés, que es tanto como canción popular, aldeana, un término que acabó por cubrir todo el área de habla española, en la medida que lo hace el uso de tales canciones de ambiente familiar. Villancico es la canción que inspira la alegría de la Nochebuena, momento en que precisamente unos pastores son los primeros en adorar al Niño recién nacido.
Al villancico lo definen su forma de estrofas y versos cortos de índole popular, generalmente con estribillo, y su gracejo en el tratamiento del misterio del nacimiento de Jesús que roza la irreverencia. Hay villancicos añejos que todo el mundo sabe y canta, familiarmente acompañados de instrumentos típicos como la zambomba y la pandereta, amén de algún que otro cacharro de cocina en calidad de improvisado instrumento casero de percusión, como el almirez o la almohadillada botella de anís.
Belenes y villancicos casan bien y ambos adornan por igual el alma de nuestra navidad en familia. Nuestros poetas más eximios cedieron llanamente a la tentación de ensayar sus saberes con villancicos que son la delicia de quienes paladean la exquisitez del arte poético. Y es que el villancico es también característica expresión de nuestra cultura religiosa.
¡A Belén, pastores!
No hay comentarios:
Publicar un comentario