miércoles, 30 de mayo de 2012

El que quiera ser grande...

    Contra el concepto pagano de ser importante descollando sobre los demás, Jesús mide la grandeza del hombre por el grado del amor que se tenga hacia ellos.
    Jesús menosprecia la importancia de ser para el mundo, en vez de ser para Dios. Dios es amor y el que quiere ser para él, ha de amar como él ama. Quien ama a Dios, sirve complacido a Dios, quien ama a los demás, sirve complacido a los demás.
    El servicio cristiano lleva consigo saber amar gozosamente y no ser singularmente para sí, sino para el otro. Y ser para el otro se convierte así en nuestra mejor manera de llegar a ser, la meta de todo nuestro progreso espiritual.

Reflexión:¡Siempre la luz!

    Disfruto de ver cómo entra a raudales la luz matinal por mi ventana. Amo la luz como a la más espiritual de cuantas criaturas me rodean y hago cálculos de lo angustioso que sería para mí vivir en un país umbrío de paisajes neblinosos, donde todo es gris, más o menos en las estribaciones de los fríos glaciales. Sombra y frío van de la mano como un sol tórrido y las rubias arenas en el desierto. Dejadme a mitad de camino entre lo uno y lo otro . Pero, eso sí: para leer o estudiar con prieta concentración, una lámpara abriendo un cerco de luz amarilla, en altas horas de la noche, no deja de tener su silencioso encanto.
    Tengo la mía averiada. Espero recuperarla hoy mismo rejuvenecida por gracia del electricista. De un modo o de otro, ¡siempre la luz!


Rincón poético

      EMPAPADO DE TI
Aquí, junto a tu pan, junto a la espiga
de tu amor, junto al vino 
de tu palabra, quiero atiborrame
de ti, como se embebe
de amor y sueño un niño
del pecho de la madre.

Tu pan. Te reconozco
cuando en tu pan me encuentro
contigo y la fe ciega
mis ojos para verte.

Tu palabra, Señor,
la que tú mismo dices,
la que te dice a ti,
la que tu amor pronuncia,
la que te vive, la que hacemos nuestra.
Has dicho que no muere
quien se empapa de ti. Dame a beberte
de tus manos, Señor. Dame a vivirte,
porque quiero vivir
enhebrado de ti contigo siempre.
Mi corazón sabe de ti, Dios mío.
Mi corazón, que ya ha mojado
su alegría en el tuyo.
Mi corazón, que sabe, desde lejos,
la cercanía de tus pasos
callados, como brisa o leve beso,
me lo dice en voz baja.
Mi corazón te sabe.
Aquí, junto a tu pan, junto a tu vino,
comulgando contigo, prietamente
asido a ti, me reconozco tuyo,
cuando mi fe cierra mis ojos ciegos,
mi Señor, para verte.

(De Andando el camino)

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