miércoles, 2 de mayo de 2012

Luz del mundo

    Son las últimas palabras de Jesús a los suyos, sin determinación de lugar ni tiempo, lo que las hace válidas para cualquier circunstancia, y las dice como exaltado, las dice gritando. Declara en ellas que entre el Padre y él no hay diferencia alguna. Quien no le acepta a él, no acepta a Dios. El Padre y él son consustanciales, luego Dios se ha manifestado plenamente en Jesús. Quien no mira a Jesús, en lo que dice y hace, renuncia a descubrir a Dios en él.
    El viene del Padre y se ha encarnado con una misión esclarecedora y luminosa. Como luz ha venido, la luz de la verdad y de la vida que saca al hombre de las tinieblas de la muerte, ámbito que habitan los incrédulos. Con todo, Dios no impone sus designios al hombre, creado libre por él, responsable entonces de sus actos. Pero, así, quien rechaza a Jesús, renuncia a la vida que surte su palabra. No participa de su gracia quien desoye su mensaje, y se excluye eternamente de disfrutar de Dios, piélago de toda la vida.

Reflexión: Investigando
   
    Existe todo un frente investigador en la base genética de la naturaleza humana, con miras a controlar en su origen desviaciones y dolencias que explican anomalías de nuestros cromosomas. Se trata a veces de malformaciones contra las que no existen remedios medicinales. Descubrimientos recientes abren la esperanza a posibles soluciones que alivien y aún remedien enfermedades rebeldes a todo tratamiento por  eficaz que se estime. Esperemos que el tiempo que media entre el descubrimiento y sus realizaciones más óptimas, no se dilate demasiado.

Rincón poético

TEMOR A LA MUERTE

No temer a la muerte,
la gran abdicación.
Morir es saber darse
del todo por amor.
La muerte se interpone
arisca entre tú y yo.
Ya ha muerto quien no quiere
morir por ti, mi Dios.
Enhebraste tu vida
con hilo de dolor,
y en un charco de sangre
dejas la indicación:
quien no muere conmigo,
sin mí no vive, no.
Llevo en mi pecho escrita
esta revelación. 
Quien no muere en tus manos,
muere sin remisión.
La herida del costado
pide compensación.
¡Mátame cuando quieras!
¡Mátame ya, Señor!

(De Haciendo camino)

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