jueves, 31 de mayo de 2012

Cristo, sumo y eterno sacerdote

    En el antiguo testamento, al destruir la víctima en altar, se reconocía la soberanía de Dios y se le daba gracias por los beneficios recibidos. Se prefiguraba así el sacrificio de Cristo en la cruz, erigido sacerdote, víctima y altar, a la vez. Fue el suyo un sacrificio único y eterno, que en memoria suya, actualizamos nosotros en cada celebración eucarística.   
    Desde el bautismo, todos los fieles se convierten en sacerdotes de Cristo, con sacerdocio general, lo que permite participar en la misión redentora de Cristo. San Pablo nos pide que nos ofrendemos nosotros mismos a Dios como hostias vivas, imitando los sentimientos de Jesús en la cruz, para asemejarnos a él en nuestro ejercicio sacerdotal.
    El ministerio laico consiste en santificar el mundo con verdadera alma sacerdotal, realizando nuestras tareas mundanas con ánimo de perfección, tributando con ellas alabanza a Dios y dándole gracias, de modo que podamos decir: La copa del Señor alzaré, e invocaré su nombre (Sal 115).

Reflexión: El Espíritu creador es libre

    El Espíritu Santo es el aliento creador de Dios, y como la creación no admite cortapisas ni encuadramientos, porque no son talla que le vengan bien a la infinitud de Dios, es libre. Del viento dice Jesús que va de aquí para allá; no se sabe de dónde viene y a dónde va. En el pasaje de las tentaciones, el Espíritu de Dios, soplo de su boca, lo lleva a dónde quiere; sólo que el viento de Dios no es precipitado ni alocadamente impetuoso. Quizás por eso, Elías desde el arco oscuro de su cueva, presintiera a Dios en la suavidad de la brisa; no lo identificó en el arrebato del vendaval.
    Es explicable que a las mociones de su verdad sobre el hombre se le llame inspiración, que es como la acción de insuflar los dones de su sabiduría en lo hondo de nuestra comprensión. Incluso los poetas, desde una concepción clásica del momento creador, llaman inspiración  a la asistencia de las musas.


Rincón poético

EN LO OSCURO DEL ALMA

En lo oscuro del alma, nadie dice
las excelencias de tu amor. No alcanza
sus rincones la luz.
Tu lo iluminas todo con el halo
blanco de tu verdad, no hay levedad
más sutil que aletee
tan limpia sobre el albo
velo del alma. Todo queda
nítido como nieve.
cuando el fulgor azul de tu presencia
traspasa el aire que el amor respira.

Te necesita el alma,
el alma necesita de tu aliento
como del agua el río,
como del puente la vereda.
Necesita de ti como de altura
la majestad de una vidriera.

Tan sola queda el alma
cuando la noche, ocultas las estrellas,
no deja artesonado,
no deja cielo que mirar;
tan sólo queda en el silencio oscuro,
la inquietud de unos ojos
tristemente vacíos.

Envíanos el soplo de tu aliento,
envíanos tu luz; lo necesita el alma
como del puente la vereda,
como del agua el río,
como del alba el luto de la noche.

(De Andando el camino)

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