Este pasaje abunda en lo dicho ya por Jesús sobre la renuncia de quienes quieran seguirle. El gran inconveniente de este joven cumplidor de la Ley, está en que es demasiado rico. Tal vez renunciaría a parte de lo que tiene y le sobra, pero renunciar a todo es un sacrificio excesivo para él. Si añadimos a todo eso que el rico del evangelio es joven, las cosas empeoran. Los árboles viejos se desprenden con facilidad de sus cosechas; a los jóvenes les cuesta más, y hasta pueden caer rotos, vencidos por la abundancia.
Cuanto más se tiene, más se quiere, y consecuentemente, cuanto más se tiene, más onerosa se presenta la renuncia. El problema ya no es sólo tener, sino tener mucho. Se dice así que los pobres son más desprendidos, porque tienen poco, y aún dando, siguen teniendo poco.
Jesús ya había dicho: Quien quiera seguirme, que lo deje todo. Y ahora, lo ratifica con esta declaración a un joven demasiado acostumbrado a ser rico.
Reflexión: Lo excesivo
Sé de alguien que defendía el adagio latino Aliquando opportet facere excesum: Es conveniente cometer de vez en cuando algún que otro exceso. Personalmente, soy contrario a lo desmesurado, la radicalidad y falta de comedimiento, por más que, desde intereses que tampoco aprobaría, razone alguien su incidental conveniencia. Los protestantes rechazan acompañar con notas explicativas los textos de la Sagrada Escritura alegando que pueden crear prejuicios al lector cristiano poniendo cortapisas a la libre inspiración del Espíritu Santo. Resulta un tanto exagerado.
Las verdades que Dios nos revela por medio de su palabra siguen una línea progresiva, como lo es todo aprendizaje. También lo es el aprendizaje de Dios. Una observación oportuna, una nota puntual a pie de página que esclarezca el sentido exacto que sólo un experto puede desvelarnos, no crea prejuicios. La luz es siempre luz e icono de las verdades y vida de Dios.
Rincón poético
ÁTAME EL CORAZÓN Rincón poético
Sé que me vives muy adentro
en lo escondido de mi corazón.
Sé que tu aliento
me alienta, porque habitas mi interior
He pretendido
ajustar de tal suerte,
en un mismo apretón,
mis deseos más simples y los tuyos,
que no quiero saber ya nunca nada,
que no sea tenerte
conmigo atado siempre a ti, mi Dios.
Nada podrá, ni el miedo, ni asechanzas,
ni emboscadas, ni insidias, ni el temor
a la muerte más fiera, nada, nada,
separarnos, mi Dios.
Mas si, un día, me tiemblan las rodillas
y adviertes cómo clava la flaqueza
sus dedos en mi puerta, por favor,
unce con garfios y bicheros
mi corazón al tuyo. Así los dos
seremos una misma rama
y un mismo fruto de una misma flor.
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