miércoles, 9 de mayo de 2012

Yo soy la vid

    La imagen de la vid en el lenguaje bíblico traduce siempre el amor de Dios a su pueblo. Jesús recurre a ella para hacernos ver la estrecha dependencia existente entre Dios y el creyente.  La Iglesia es el campo de trabajo de Dios, que es quien poda la viña, la limpia y purifica para que dé más fruto.
    Hay que permanecer unidos a la vid, para recibir la savia vital de Cristo, desde el corazón del Padre. Permanecer en Cristo es mantenerse unidos a él, a fin de que no nos falte la fuerza de su vida, la fuerza de su gracia. Una vinculación de la que Jesús saca la consecuencia inmediata: sin él nada podemos hacer.
    Desde una aplicación eucarística, en el pan y el vino, el cristiano obtiene de Cristo toda la fuerza vital que necesita paar que su vida espiritual se robustezca y le capacite para igualmente robustecer la comunidad en la que crece. 

Reflexión: ¡Que te parta un rayo!

    Es una maldición muy gitana de la que conviene huir, por si acaso.
    Y de pronto, a un pastor que pastoreaba su rebaño en el campo, le cae un rayo en salva sea la parte y le sale por el dedo gordo del pie. Se salvó. Parece mentira, pero se salvó. Con medio cuerpo asado como un pollo, pero se salvó. Todo ocurrió sin tiempo para darse cuenta. Que nadie le preguntoecómo ocurrió aquello, porque no sabe decir nada. Y ahora se repone de las secuelas de aquel celestial hachazo de todos los diablos en un hospital. Son las bromas de las fuerzas ciegas de la naturaleza, que lanzan rayos a ojos cerrados como lanzas de fuego sin mirar a quién. ¡Porca miseria!, que diría un italiano juntando los dedos de las dos manos como cucuruchos. Y las paga un humilde pastor que casualmente pasaba por allí. Nadie dice que las ovejas se quedaron espantadas. Se da por supuesto.

 Rincón poético

  SOY COMO SOY

Me faltan dedos en las manos
para contar agradecido
y a puñados
los días que he vivido.
Hoy repaso mi agenda,
a la sombra de Dios.
No me equivoco: son ochenta y cinco,
ochenta y cinco aldabonazos,
ochenta y cinco otoños amarillos,
ochenta y cinco ocasos.
Mucho he vivido,
a veces a bandazos,
que no siempre trata a los suyos Dios
con exquisito trato.

No me quejo; he vivido largamente,
porque él lo quiso,
por más que en mis trigales
cuida amapolas como heridas
por las que a veces sangro.
Pude vivir mejor, como yo entiendo
que él esperó de mi, mas no soy santo.
Y al cabo de una vida, soy muy viejo.
Soy viejo, lo confieso abiertamente.
Sé que es dejar de ser, año tras año.
Aunque también es viejo este planeta
y rueda todavía en los espacios
como siempre, hoy mismo como ayer.
Y en un rincón, tal vez,
de esta infinita inmensidad,
tras el misterio azul
de tanta luz que no se deja ver,
apacentando estrellas,
me espera Dios para empezar de nuevo.

(De Haciendo camino)

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