Jesús no sólo llama, sino que convierte en amigos a quienes le siguen del todo. Una amistad tan comprometedora, que le lleva hasta dar la vida por ellos. Esta confesión debió de estremecer profundamente a aquellos amigos suyos tan refractarios a la idea de la muerte del mesías. ¿Quien puede negarse ahora a permanecer en su amor, si él está dispuesto a permanecer en el nuestro hasta la muerte? Es el prólogo a una petición irrenunciable, amarse los unos a los otros como él lo ha venido haciendo, amar como nos ama Cristo.
Tal vez en aquel momento los discípulos no dieran a la heroicidad de este gesto todo el alcance que cobraría luego, cuando ellos mismos comprobaron su propia capacidad de padecer por él. Y es que el amor fraterno es el antídoto contra el egoísmo. Desplazarse hacia el otro, de modo que el centro de nuestras atenciones no esté ya de manera preferente en nosotros, sino en los demás.
Reflexión: El habla y el lenguaje de Jesús
No todo lo que Jesús dice es revelación. Como mero hombre, puede expresarse sobre las cosas intrascendentes de cada día, desde su percepción y conocimiento humano de las mismas. Podía hacer observaciones sobre realidades de este mundo, de tejas abajo, que no hay que confundir con las verdades del Padre que mediante el Espíritu revela su Palabra. Cuando se admira de la belleza de unos lirios, para subrayar la cuidadosa sensibilidad de la divina providencia, esa observación responde a su criterio personal sobre cosas de este mundo, que le sirven de trampolín para elevarse a verdades más altas. Otro tanto podemos decir sobre su percepción de los efectos que los vientos del sur o del oeste infieren en los cambios atmosféricos.
Podemos, por tanto, separar las verdades que nos revela, de sus conocimiento sobre realidades de este mundo. Con una particularidad, también esos alegatos nos sirven para conocer mejor al hombre que fue Jesús.
Podemos, por tanto, separar las verdades que nos revela, de sus conocimiento sobre realidades de este mundo. Con una particularidad, también esos alegatos nos sirven para conocer mejor al hombre que fue Jesús.
Rincón poético
DESCENDIENDO DESDE UNO MISMO
Ir bajando consigo humildemente
hasta dejar de ser apenas,
con paso dócil como Dios disponga;
ir como quien desnuda una escalera
de su pacientes escalones,
desmadejada su madera,
dejándose a girones
en la aventura de dejar afuera
todo lo que me nombra y significa;
ir mutilando amanecer y hacienda,
llenándome los ojos
y la boca de tierra;
hasta hacer pie en el fondo de uno mismo
asido a las raíces que nos quedan,
¡qué azaroso no ser,
qué angustiosa manera
de dejarse tirada en el camino
la escasa sangre que nos sangra muerta!
Déjame, Señor mío,
dónde y cómo tú quieras,
desnudo como un árbol,
liso como una piedra,
siempre y cuando celoso no permitas
que esté contigo, mi Señor, a medias.
(De Haciendo camino)
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