Reflexión: La ilusión de volar
Volar fue un sueño del hombre desde los mismos tiempos remotos de la mitología, con Ícaro, tan novato e imprevisor. A Leonardo le faltaron medios mecánicos de que no pudo gozar y se quedó en etapa de mera carpintería inteligente, genial si se quiere, pero todavía pretenciosa. De nada hubiera servido un motor de madera.
Son expresión de ese afán las fotos de los primeros vuelos, enmarcados en la curiosidad expectante de aquel glorioso entusiasmo.
Los hermanos Wraig no sé si fueron conscientes de la relevancia de haber mantenido un cacharro inverosímil volando unos instantes a ras del suelo de unos prados. Era una demostración palmaria de que volar era posible. Motores más potentes que facilitasen efectos de sustentación más prolongada y estructuras más livianas menos resistentes a la fricción del aire, harían el resto, lo que tentó a que ingenieros y mecánicos ensayaran nuevos artilugios cada vez más evolucionados. Arriesgados vuelos consagraron las hazañas de pilotos notables y pronto no faltaron mujeres que midieran su valentía en olor de multitud. El mundo estaba estrenando raudas etapas de modernidad en su historia.
Son expresión de ese afán las fotos de los primeros vuelos, enmarcados en la curiosidad expectante de aquel glorioso entusiasmo.
Los hermanos Wraig no sé si fueron conscientes de la relevancia de haber mantenido un cacharro inverosímil volando unos instantes a ras del suelo de unos prados. Era una demostración palmaria de que volar era posible. Motores más potentes que facilitasen efectos de sustentación más prolongada y estructuras más livianas menos resistentes a la fricción del aire, harían el resto, lo que tentó a que ingenieros y mecánicos ensayaran nuevos artilugios cada vez más evolucionados. Arriesgados vuelos consagraron las hazañas de pilotos notables y pronto no faltaron mujeres que midieran su valentía en olor de multitud. El mundo estaba estrenando raudas etapas de modernidad en su historia.
Rincón poético
DÉJAME QUE TE VEA
Señor, cuando esté muerto
y me cubra la tierra,
déjame que, cerrados,
mis dos ojos te vean.
Quizás haya un rosal
floreciendo a mi vera.
Siempre fueron las rosas
y su aroma perfecta
las dos cosas que amé
más sutiles y bellas.
Un cacto me heriría,
las zarzas me escocieran.
¿Qué será de mis manos?
¿Qué será de mis venas?
¡Qué más da! Pero el día
que me aplaste la tierra,
déjame que, cerrados,
mis dos ojos te vean.
(De Haciendo camino)
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