martes, 8 de mayo de 2012

Mi paz os dejo

    Jesús se va y advierte a sus discípulos que sean perseverantes, que no dejen de creer en él, porque volverá, a cuyo fin les tranquiliza primero: Mi paz os dejo. No era para menos. La traición de Judas les dejaba desconcertados y ahora les dice que se va. Los apóstoles no son nada ni tienen sentido sin Jesús. Son lo que son, condicionados siempre por su presencia.¿Qué sera de ellos sin Jesús?
    La paz de Jesús es un don sólido e imperturbable. Él mismo acaba de ser traicionado, está a punto de padecer un suplicio horrendo, y no se deja perturbar por nada. Los santos nos hablan de difíciles situaciones en las que, superada la adversidad, el Señor les llena de paz. San Francisco, después de cuidar a unos leprosos venciendo su natural repulsión, se siente lleno de dulzura interior. Y en todo caso, la vida nos causa sinsabores y asperezas, y es ahí donde, si creemos en su divina palabra, si permanecemos en Dios, su paz nos puede llenar hasta colmarnos de gozosa tranquilidad interior.
    Las alegrías de este mundo, pasan; las que arraigan en la conciencia tranquila del amor a Dios, permanecen, como su palabra que nos hace eternos.

 Reflexión: Aquellas viejas locomotoras

    Siempre habrá quien eche de menos las antiguas y poderosas máquinas de tren, tan ostentosas, de nerviosa andadura, envueltas en su propia nube blanca de vapor. Se hacían notar por el estrepitoso jadeo que producía su marcha sobre las vías entrecortadas a trechos y por la estridencia de su pitido, cuyos cambios de intensidad llenando de noche la lejanía, permitía calcular distancias. No es fácil olvidar el jadeo casi animal de aquellas fieras al entrar lentamente en la estación o al reanudar la marcha esforzadamente.
    Nadie renuncia, por supuesto, a las ventajas de los medios de comunicación actuales que sobrepujan en mucho a aquellos cacharros negros, objeto de la nostalgia de alguno. Cada cosa en su tiempo.

Rincón poético



ANTE UN CRUCIFIJO

Imagina que Cristo
desde la cruz te hablara,
un día con su voz
grave y crucificada;
piensa si por tu suerte
sus brazos descolgara
y, a pesar de los clavos,
su pecho te abrazara;
piensa si del costado
con su sangre preclara
te ungiera bondadoso
en la frente y la cara;
piénsalo y dime al punto
si no te arrodillaras
para besar su mano
gloriosa que te salva.
¡Qué no harías entonces
para que sus palabras
hacia un nuevo camino
tu vida enderezaran!
De algún modo, Dios mío,
oigo tu voz tan clara,
que nunca estremeció
otra advertencia el alma.
Impúlsame de nuevo
a seguir tus pisadas.
Hace tiempo, Señor,
que te necesitaba.

(De Haciendo camino)

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