Ya en Cafarnaún, ante la defección de sus discípulos porque les ha anunciado algo tan insólito como que comerían su cuerpo y beberían su sangre, expone que no es comer su carne corporal lo que él propone Jesús, sino el alimento eucarístico que da vida al espíritu: «El espíritu es el que da vida, les dice concretamente Jesús; la carne no sirve para nada. Es, pues, del Espíritu de Cristo de lo que hay que embeberse, simbolizado en el pan.
Y aludiendo al sentido simbólico de la multiplicación del pan, les exhorta a que se afanen, no por el alimento que perece, como el pan ordinario, sino por el que perdura y que nos dará él, un pan que a diferencia del maná perecedero, baja del cielo y da vida al mundo. Y a la petición de sus discípulos de que les dé de ese pan, responde: Yo soy ese pan de vida. La vida que nos transmita, una vez muerto y resucitado, ese será el pan de vida que nutra nuestra espiritualidad.
Reflexión: la fe en el misterio de Cristo
La fe en Jesús en ningún momento les fue fácil a sus seguidores e incluso, muerto Jesús, afloran aquí y allá las dificultades por reconocer y admitir el misterio de Cristo. Recuerden a Tomás, que no admite por nada del mundo que Jesús haya resucitado; recuerden a los discípulos de Emaús, desilusionados porque esperaban que Jesús regresara para salvar a Israel como el Mesías que espera la gente; y en la Ascensión, aún hay un descolocado que pregunta: ¿Es ahora cuando vas a venir a salvar a Israel?
La efusión del Espíritu Santo en sus corazones, reforzándoles la fe, da un vuelco a sus vidas y desde entonces procederán con fe inquebrantable en su labor evangelizadora, hasta dar su vida por Cristo.
La efusión del Espíritu Santo en sus corazones, reforzándoles la fe, da un vuelco a sus vidas y desde entonces procederán con fe inquebrantable en su labor evangelizadora, hasta dar su vida por Cristo.
Rincón poético
ORACIÓN ENFADADA A CRISTO DE UNA NIÑA
¿Quién te hizo pupa, Dios mío
Si en vez de tú fuera yo,
les ataría las manos
con una cuerda, Señor,
como se le ata las patas
al burro que se escapó.
Son malos los que te pegan
con un látigo, ¡qué horror!
Tú no le haces daño a ninguno.
¡Si en vez de tú fuera yo!
Pégales tú, que se vayan
lejos de ti. ¿Por qué no?
Ni en el infierno querrían
al hombre que te mató.
No les perdones, que entonces
todo les da igual, Señor.
¡Baja de esa cruz! Tú puedes;
¿Olvidas que tú eres Dios?
(De Los labios del viento)
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