miércoles, 8 de agosto de 2012

La mujer cananea

    ¡Qué grande es tu fe! Este pasaje es la respuesta a la falta de fe de Pedro en el pasaje de ayer.
    Una mujer asirio-fenicia, rechazada por Jesús, dado que no es judía, no se amilana e insiste en su demanda hasta conseguir que cure a su hija enferma.
    Decididamente, sabe de qué es capaz Jesús, nunca indiferente ante la confianza que pone en él un necesitado. Quien busca, encuentra, enseña él. Y así es, porque, al final, admirado de la fe de esa madre, cura a la hija enferma, al tiempo que elogia a la mujer: ¡Qué grande es tu fe!, le dice Jesús reconociendo la confianza que ha puesto en él.
    Esa es la conclusión a que debemos llegar, cuando en la oración, tenemos la impresión de que no se nos oye. Insistamos sin desmayo hasta alcanzar lo que sabemos que Dios puede concedernos.
    Que el buen ejemplo nos impulse a estimar en todo el valor de nuestra fe en Cristo, que mereció que muchos dieran la vida por ella.

Reflexión: La mesita de noche

    La mesita de noche es un mueble pequeño y humilde, aunque entrañable. Para solteros, hace el papel de amiga y servidora que acompaña nuestra soledad nocturna en el mayor de los silencios, siempre callada. En ella marca sus horas el despertador y nos anuncia puntualmente la hora de volver a la vida consciente. Tiene un lugar para el reloj de pulsera, las gafas, tal vez unos gemelos y un libro especialmente querido, del que gustamos hojear y repasar unas páginas antes de conciliar el sueño. Para muchos, la Biblia cumple a satisfacción ese cometido. Un último recuerdo a los motivos de la fe es un buen telón para cerrar los ojos cansados y esperar de Dios su gracia y protección, por aquello de que la semilla crece mientras dormimos.

 Rincón poético

   LA MENTIRA

Tiene en los labios la mentira
un fariseo arrebujado,
rojos los ojos y la boca
desdentada.

La luz
ofusca al mentiroso, le atosiga
pronunciar la verdad, como quien habla
con los labios de lodo. No conoce
la claridad, va a oscuras,
por torcidos caminos que no tienen
aurora ni horizonte.

La mentira pregona que no existe
más verdad que la suya, ennegrecida
como garganta ciega
de obtusa chimenea.
Su cetro de oropel tiene del oro
la piel de su apariencia fementida.
¿Para qué más? Al hombre que ha borrado
de su mente las trazas del escrúpulo,
le es amigable la añagaza,
la arena movediza del engaño,
la hiel de la difamación
que lleva siempre aneja la mentira.
Enseñadle la luz. Quedará ciego.

(De Los labios del viento)

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